El sábado vino a verme al teatro Concha Velasco. Me enteré a mitad de la semana de que tenía previsto asistir a la función y pasé el resto de los días muy emocionado. No se lo quise decir a nadie por si acaso luego no se produjera la visita, supersticiones tontas que uno va desarrollando con los años. Pero vino, tal y como me había avisado su hijo Manuel. La función era a las seis y se presentaron los dos una hora antes. Me enteré porque yo ya estaba en el patio de butacas y escuché una salva de aplausos en la calle. Concha llegó en un taxi adaptado y, en cuanto la gente se dio cuenta de que era ella, se arremolinó en torno al coche y comenzó a aplaudirla con fuerza. Con cariño. Con admiración. Con amor, mucho amor. Al verla me dieron ganas de estrujarla. Nos acomodamos en la platea y charlamos durante un buen rato. Sonriente durante todo el tiempo, haciendo bromas sobre su estancia en la residencia. Charlando sobre teatro con una lucidez extraordinaria, acordándose de nombres y de fechas con precisión. Ni una queja. Ni un lamento. Todo sonrisas. Estar en el escenario y verla en el patio de butacas es un regalo grande que me ha dado la vida. Uno de tantos. En un momento determinado aproveché, cómo no, para dedicarle la función. Y la ovación que le dedicó el público puesto en pie es uno de los momentos más emocionantes que he vivido en toda mi vida. Para mí era como si pudiera devolverle un poquito de toda esa admiración que he ido forjando a lo largo de los años. Qué grande Concha. Qué bueno tenerla.
Recoger lo sembrado
Concha se enfrenta a una nueva etapa en su vida: la de recoger todo lo que ha sembrado durante tantísimos años. Tengo claro que ahora le viene un chaparrón de todos los premios habidos y por haber. Se los merece todos, que se los den en vida y los pueda disfrutar con sus hijos. Me costó despedirme de ella, pero como tengo muy claro que pronto nos volveremos a ver, el adiós se me hizo más llevadero. Al salir del teatro, otra ovación para una artista irrepetible. La gente tenía muy claro que no siempre se tiene la oportunidad de ver a una leyenda viva y así lo entendieron todos los que no cesaban de repetir “¡Bravo!”. Salud, Concha, que nos tienes que durar todavía muchos años.