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Querida Isabel:
Aquí me tienes, un sábado a las siete y veinte de la mañana escribiéndote esta carta. Creo que en otra época te habría llamado, pero ahora no sabría muy bien qué decirte. Y, además, sería incapaz de animarte porque pienso que el problema entre tu hijo y tú no hay cristiano que lo enmiende. La descripción que tu hijo ha hecho de ti es tan demoledora que intuyo que os deben quedar pocas ganas de retomar cualquier tipo de relación.