Llego a las nueve de la mañana al aeropuerto de Tenerife, diviso a dos compañeros en una cafetería y voy hacia ellos dispuesto a tomarme un café que me despierte. Me intercepta una trabajadora del lugar y me pide una fotografía: “Es muy temprano, mira qué hora es”, y se la niego con una sonrisa y mucha educación. La respuesta de ella me deja noqueado: “Qué antipático”. Me deja tan parado que tardo dos segundos en reaccionar: “Perdona, ¿crees que después de veinte años de carrera me puedes decir que soy antipático porque me niego a hacerme una fotografía?”. “Sí –me contesta con soberbia y cierto desprecio– Pero no te preocupes, pasa por aquí que te invito a un cortado”, remata perdonándome la vida.
La chica me deja tan mal cuerpo que tengo que abandonar el local. Me han pasado cosas desagradables a lo largo de toda mi carrera pero que la trabajadora de un lugar al que acudo a hacer gasto me trate de manera tan humillante, jamás. Por la noche le cuento el incidente a mi compañera y amiga Teresa de ‘GH Dúo’ y me remite a una canción de Salvador Sobral que se llama ‘La vida es un selfie’. La escucho y no puedo estar más de acuerdo. Sigo buscando y doy con unas declaraciones suyas sobre la fama con las que estoy plenamente de acuerdo: “Me parece que con las selfies me usan como un objeto de narcicismo de la gente, para que puedan conseguir likes. Es curioso porque los mayores me dicen que les encantan mis canciones y ya está; pero los jóvenes, sin decir ni buenas tardes, me preguntan si se pueden hacer una foto conmigo. Y yo digo no”. Amén.