No lo puedo remediar: cada vez que la veo me dan ganas de achucharla, de darle pellizcos en las mejillas y de hablarle como su tuviera cinco años. Cada vez que eso sucede ella me suele mirar con cara de susto, intenta sonreírme y se larga pitando a las primeras de cambio. No debe entender nada. O debe pensar que estoy un poco tarado. Para mí es una niña aunque se empeñe en ir por la vida de mujerona o, si me apuran, de “femme fatale”. Suele colocarse unos trajes más propios para el Concierto de Año Nuevo de Viena que para un plató de televisión. Creo que a eso se le llama ir “over dressed”, pero no lo tengo muy claro. Le gusta echarse el maquillaje a paletas para difuminar sus rasgos de cría. Está en esa edad que prefiere que la confundan con Marlene Dietrich en vez de con Xuxa. Ya cambiará. Y en cuanto al perfume creo que se los debe comprar por vasijas y se zambulle en ellas antes de tirarse a las calles. Por todo eso y por ese aura de chavala necesitada de cariño que siempre le acompaña me dan ganas de llevármela a casa para leerle la cartilla. Le transmito mi deseo y se cierra en banda: “No, por favor, ya tengo a mucha gente que se encarga de hacerlo”.
No la noto muy afectada por su ruptura con Alejandro Albalá. “No seas tonta y no te eches otro novio fijo, ahora lo que tienes que hacer es salir con muchos, que la carne se pasa”. Ella se ríe y no parece disgustarle mucho la idea. Me sale la vena de padre y le pregunto por los estudios. “Ahora no estoy haciendo nada, es que mayo es muy tarde para empezar algo. A ver si para septiembre”. Y ahí me mosqueo, vaya si me mosqueo. Entonces me sale otra vena, la protectora, y estoy a punto de endilgarle una filípica acerca de la necesidad de labrarse un futuro pero cuando estoy a punto de arrancarme me mira con cara de “No me des sermones” y me desarma. Aparte de que hablar con un Pantoja acerca del futuro es tontería. Ellos sólo conocen la exclusiva del presente.