El miércoles me engancho a ver a Bertín Osborne. El programa no ha descubierto la sopa de ajo ni lo pretende, de ahí su éxito. Y cuenta con un comunicador de primer orden que traspasa la batería con unas maneras de ayer, de hoy y de siempre. No es moderno ni transgresor, ni quiere serlo. Bertín era un ‘latin lover’ que castigaba a las señoras con una caída de ojos y se ha convertido en ese vecino con el que no te importa compartir un almuerzo porque sabes que te lo vas a pasar bien. En la última entrega se juntó con Carlos Herrera y disfruté. Admiro a Herrera desde el principio. Retirados Luis del Olmo y Gabilondo, él es el número uno. Después de Herrera, la casi nada.