Hacía tiempo que no estaba enganchado a un programa de televisión pero 'First Dates' ha conseguido que todas las noches me siente frente a la pantalla y no cambie de canal ni en los anuncios por miedo a perderme algo. Nunca nos ponemos tan ridículos como cuando ligamos o lo intentamos.
En mi época yo jugaba mucho con la mirada. Miraba insistentemente y si el otro se ponía un pelín nervioso sabía que iba por el buen camino. Tenía tanto éxito mi caída de ojos que se convirtió en el principal activo de mi repertorio de seducción. El otro era “Te vienes a mi casa pero sólo a dormir ¿eh?”. Ahora ya no sé cómo se liga. Creo que se necesita tiempo y ganas. De lo primero no me sobra y de lo segundo voy escaso así que me conformo viendo cómo lo hacen los demás.
Me produce tanta vergüenza ajena lo que hace la gente en 'First Dates' que a veces tengo que dejar de ver la tele y decirle a P.: “¡Ay! No puedo, no puedo. Qué horror”. Pero no porque los vea ridículos sino porque me veo reflejado en ellos. Todos ligamos de la misma manera. Intentamos convertirnos en algo que no somos: más simpáticos, más graciosos, más guapos. Cuando te sale bien te creces pero si la cosa se tuerce el esperpento llama a tu puerta y no te salva del desastre ni Dios bendito. Lo que más vergüenza me da de las citas de 'First Dates' es cuando uno de los dos se pone a cantar para allanar el terreno de la conquista. Siempre lo hacen fatal pero piensan que cantan de maravilla y me entran tales sudores fríos que tengo que coger un cojín para taparme la cara. Aparte de pronunciarse frases antológicas en el programa se producen situaciones disparatadísimas. Hace un par de noches un muchacho que estaba encantado de conocerse le dijo a una chica que tenía una dentadura perfecta cuando en la suya había un hueco escandaloso. 'First Dates' cuenta también con un ingrediente muy suculento: el camarero argentino, que está para comérselo crudo.