Busco en la agenda del móvil para llamar a un Pedro y me encuentro con el teléfono de Pedro Sánchez. Mejor dicho: con el antiguo teléfono de Pedro Sánchez. Debe de haber cambiado de número desde que es presidente. Lo he escrito ya varias veces, pero no me importa escribirlo una vez más: me gusta cómo lo está haciendo. Hace poco leí un artículo en el que se le afeaba sus continuos cambios de opinión, algo que a mí, sin embargo, me parece una gran virtud. De otra manera nos habría ido si nuestros gobernantes hubieran sido capaces de rectificar. Pero, por regla general, un político prefiere empecinarse, estrellarse y estrellarnos en vez de reconocer que se ha equivocado.
Aplaudo con entusiasmo el asunto de la exhumación. Entre otras cosas porque gracias a él muchos están retratándose ideológicamente mostrando una patita que han intentado ocultar con mayor o menor fortuna. Mientras Pedro Sánchez decide de manera acertada cerrar heridas para enfrentarnos al futuro más limpios –democráticamente hablando–, Casado y Rivera radicalizan posiciones para captar los votos de los intransigentes. No entiendo cómo siendo tan jóvenes se mueven por la vida con unos discursos que, por decirlo de una manera suave, a veces me suenan demasiado antiguos. Debe ser cosa de la edad, pero cada vez me produce mayor cansancio esa clase de personas que te habla como si estuvieras equivocado. Prefiero vivir pegándome hostias a poseer ese espíritu ‘sabelotodorial’ que caracteriza tanto al uno como al otro.