El torero Juan Ortega se ha arreglado con la señorita a la que dejó plantada en el altar. Mi pregunta es: ¿En qué momento alguien decidió que las andanzas de este señor nos podrían llegar a interesar? No tengo nada en contra de él. Ni a favor. Decidió no acudir a su propia boda. Como tantos otros y otras. Parece que el hecho de que sea torero le da un plus de interés a la historia cuando a mí lo único que me motiva de todo esto es saber si en el marco de su acendrada fe le provoca algún mínimo remordimiento matar animales. En cualquier caso espero que tanto a él como a ella les vaya bien con lo que decidan. A mí me sigue pareciendo extraño que alguien quiera casarse salvo que pertenezca al colectivo LGTBI y lo haga por activismo.
O amigo o enemigo
También me parece raro que dos personas que se quieren deseen convivir. Hablo telefónicamente con mi madre sobre este asunto mientras comentamos ‘First Dates’. Yo le digo que a mis cincuenta y tres años no me hace gracia el asunto este de la convivencia entre parejas. Que prefiero vivir separado y juntarme los fines de semana, entre semana y en vacaciones para evitar el desgaste. Ella no es de esa opinión. Asegura que el modelo que yo le expongo no es el de una pareja sino el de un amigo. Y puede que tenga razón. Si con los años la pareja no se convierte en tu amigo difícilmente podrás llegar a soportarlo. La conclusión es clara: si no es tu amigo es tu enemigo. Conozco a muchas parejas así. Tras la luna de miel se convierten en países antagónicos que se pasan los días luchando para llegar a algún tipo de acuerdo. Las treguas son espacios en los que no pasa nada y cuando se meten en la cama consideran un triunfo no haber discutido. De vez en cuando tienen sexo y a veces ya ni eso. Es decir, que en esas cuestiones la mayoría de los seres humanos nos igualamos. Hablo con J., de mi edad, y le pregunto si se está acostando con mucha gente. Él me contesta que no porque en su casa hay goteras. Y me echo a reír, claro. “Pero vamos a ver, J., te conozco desde hace casi treinta años. Para tener sexo hemos ido a casas que parecían postales de una posguerra. ¿Y ahora me dices que no llevas a nadie a casa porque tienes goteras?”. No me quedó claro si no lo hacía porque no tenía ganas o porque no conseguía candidatos. Yo creo que la opción correcta era la primera pero a ciertas edades es mejor no decir que no tienes muchas ganas de meneo porque espantas al personal.
Trabajo y sexo
Aviso a navegantes: yo ahora tengo muchas ganas porque no trabajo. Ergo, el trabajo es un antídoto contra lujuria. O trabajas o tienes sexo pero las dos cosas no suelen darse. Uno de los principales problemas a los que me enfrento en esta etapa de mi vida es la ausencia de agenda para desfogarme. Le he dedicado tantas horas al trabajo que ahora me veo sin nadie a quien recurrir para pasar un rato de asueto sexual. No recuerdo la última vez que dormí abrazado a alguien y es algo que me quita un poco el sueño. Porque puedo dormir una noche sin ponerme la mascarilla contra la apnea del sueño. Incluso dos. Pero ya tres me parecen un exceso. Y conocer a alguien, meterlo en mi cama, hacerle la cucharita y al rato tener que soltarle para enchufarme a la máquina no me parece el camino idóneo para fomentar ese cierto misterio que necesita toda historia.
La serie 'Balenciaga'
Escribo sobre lo complicado que me resulta encontrar no ya el amor sino compañeros de cama. Tampoco lo pongo fácil. Me cuesta salir a la calle cuando me engancho a un libro y por fortuna me está pasando mucho últimamente. Estoy disfrutando muchísimo con ‘El pacto del agua’, de Abraham Verghese, un novelón ambientado en la India de la primera mitad del siglo XX. Adictivo. Emocionante. Delicado. Sensual. Y el sábado P. y yo nos tragamos de un tirón los seis capítulos de la serie que Disney + acaba de estrenar sobre Balenciaga. Veo a Alberto San Juan interpretar de esa manera magistral al modisto e intento imaginarme cuánto ha debido disfrutar viendo el exquisito resultado final. San Juan da vida al Balenciaga con setenta años y pese a la caracterización no se puede disimular el brillo y el entusiasmo de su mirada. Son los de un chaval de veinte. Ilusionado. Feliz. Entregado.
Después de pasar casi todo el día enchufados a Balenciaga, P. y yo no tenemos bastante y nos ponemos ‘Bailando con las estrellas’ en Telecinco. Antes de nada: mi madre dice que va a ganar Bruno porque “aunque se nota que le falta, pobrecico, la gente le quiere mucho”. Escrito lo cual: me hace mucha gracia Antonia Dell’Atte, no lo puedo remediar. Ella se desenvuelve con maestría en el terreno de la frivolidad y el descaro. Tiene una virtud excelente para trabajar en televisión: es capaz de sacar de sus casillas al mismísimo Santo Job. No escucha ni falta que le hace porque entonces no sería esa Dell’Atte tan entretenida. Lo malo de ella es cuando se pone intensa porque entonces sale esa Antonia contradictoria que tiene poca defensa. Leído en FormulaTV: “Tenemos que reeducar a la audiencia a que se divierta con respeto y educación”. Antonia, cariño, ¿qué hechos éticos y estéticos jalonan tu vida para arrogarte esa colosal tarea? Qué manía con pretender dotar a nuestra existencia de elementos épicos.