A propósito del día de San Valentín me incluye LOC en un reportaje sobre ‘Solteros de oro’. En un principio me hace ilusión porque me imagino dentro de un selecto grupo de escogidos personajes, pero cuando leo el reportaje se me cae un poco el alma a los pies. Porque ahí está todo dios que no tiene pareja, o sea que la publicación piensa que en el mismo lugar estamos Pilar de Borbón a sus ochenta y un años que yo a mis cuarenta y siete. Me hace gracia que a propósito de mi nuevo estado se hayan escrito diversos artículos y en algunos de ellos se diga que estoy pasando por mi peor momento emocional.
Eso es lo mismo que pensar que las mujeres sin hijos están incompletas o que los solteros estamos condenados a la infelicidad. Sacos de tópicos a los que se recurre cuando una pareja rompe. No entiendo por qué una ruptura debe significar tristeza. A veces significa una liberación o una oportunidad para empezar una nueva vida. No voy a comentar
–por ahora– qué ha significado para mí pero no estaría de más que dejásemos de dar por supuesto determinados estados emocionales. La imagen del ser humano triste y desencajado ante una separación me parece tan antigua como trasnochada. Me acuerdo mucho de ese tango que se llama Victoria y que dice “Victoria, cantemos Victoria, yo estoy en la gloria, se fue mi mujer. Me parece mentira después de diez años volver a vivir. Volver a ver mis amigos, vivir con mamá otra vez (…) Y es que al ver que no la tengo corro, salto, voy y vengo desatentao”. Ante una ruptura uno puede regodearse en el sufrimiento o pegar un zapatazo y seguir adelante.
Yo opto por la segunda. Seguir y salir. Y para no apolillarme me voy el domingo a pasar el día a Lisboa y me vuelvo el lunes para hacer mi función. Y además me voy solo, que es algo que me encanta. Viajar solo, ir a restaurantes solo, al cine solo, al teatro solo y a tomarme una copa de oporto solo en cualquier cafetería de la ciudad que tenga pastelitos de nata.