Doloroso encuentro el que se vivió el viernes en el ‘Deluxe’ entre Kiko Rivera y Anabel Pantoja. La idea era que se encontraran al final de la entrevista del primero y se saludaran cordialmente, pero en televisión una cosa es lo que se pretende y la otra lo que sale. Como sucede en la vida. Kiko aprovechó para explicarle lo solo que se sentía y ella aguantó el chaparrón como buenamente pudo. ¿Por qué me pareció tan duro el enfrentamiento? Porque son más terribles cuando ocurren entre familiares que se han querido y todavía siguen queriéndose. Cuando se pelean en un plató dos personas que no tienen nada que ver entre sí la situación puede ser más o menos incómoda, pero entre familiares el asunto coge otro vuelo porque los contendientes se conocen a la perfección y saben qué puede dar dónde más duele. Le reprochaba Kiko a Anabel que no estuviera a su lado en el que describe como el peor momento de su vida. Y Anabel, incapaz de dar un mínimo paso al frente porque entonces se queda sin su tía, su tío y su abuela. Pero si no lo da está perdiendo a su primo, o sea que, haga lo que haga, pierde. Se entiende la posición de Kiko reclamando apoyo por parte de la que considera su hermana. Se entiende también que Anabel intente mirar para otro lado y no quiera enterarse de los presuntos tejemanejes que han ido urdiendo con el paso de los años su tía y su tío. La vida no es fácil, se encargaba de repetirle una y otra vez Kiko. Es verdad, no lo es. Pero, así como la vida no es fácil, el miedo es libre. Y Anabel es presa no solo de sus miedos, sino también de sus inseguridades. Es una niña permanentemente herida que no quiere aceptar que su familia está rota. Kiko ya lo ha aceptado, de ahí su desgarro y su soledad. Anabel, sin embargo, prefiere no asumir esa dolorosa realidad. Mala cosa. No enfrentarse a los hechos no significa que no existan.