Como recordó Anabel en la pasada gala de ‘Supervivientes’, nos conocemos ya desde hace diez años. Apareció en nuestras vidas como defensora de Kiko Rivera y desde entonces no ha desaparecido de ella. Iba a escribir: “Anabel es un claro ejemplo de cómo una persona que no es del medio televisivo puede aprender y forjarse un futuro si se dedica a mirar en serio lo que sucede su alrededor mientras trabaja”. Pero no. No creo que sea esto lo que ha sucedido con ella, y más teniendo en cuenta que en varias ocasiones le hemos reprochado su escasa afición al trabajo. Lo de Anabel no va por ahí. La Pantojita ha funcionado porque tiene madera. Tras esa apariencia de mujer tímida que pisó hace diez años los platós, se escondía una joven que había mamado conciertos y conciertos de su tía. Y que de tanto verla y admirarla se le empezaron a pegar una serie de comportamientos que la han convertido en el animalito televisivo que es ahora. Anabel es consentida, caprichosa y muy sentida. Lo
mismo te llora porque se le ha roto un botón de una camisa que te baila una bulería porque le han llevado a plató doce manolitos de chocolate. Es de las que por muy poquito que hagan les luce mucho, y eso es una cualidad. Después de su catastrófica participación en otro ‘Supervivientes’, nos está dejando absolutamente encantados en esta edición. Domina los tiempos televisivos, se entrega en el reality y está luchando en las pruebas. Un bombón de concursante. Además, está sacando a pasear libremente sus sentimientos, que están desbocados sintiendo de todo y por su orden por Yulen. Sobre Yulen recae la duda de que se esté aprovechando de la Pantojita, y, para añadir un poquito más de leña al fuego, Omar dice que entiende que su mujer sea libre, pero que se podría cortar un poco. La historia, sea como sea, nos viene bien. En todas sus variantes. Auguro llantos de amargura por parte de Anabel, salida en estampida de Yulen y Omar buscando a Penélope en una estación de tren para hacerle compañía.