Ana Obregón, la misma que en su día encabezó la lucha para proteger los derechos de los menores en los medios de comunicación, está permanentemente mostrando a su hija/nieta. Es el claro ejemplo de que hacerse mayor no conlleva ser más sabio. Ana no aprende; desaprende. Y lo que es peor: sus actos repercuten en una persona indefensa. Las circunstancias tan especiales que han rodeado la llegada al mundo de la hija/nieta de Obregón deberían hacer extremar las medidas para preservar su anonimato. Pero la señora García, haciendo gala de una tóxica bulimia que la empuja permanentemente a alimentarse del foco, es incapaz de vivir su vida sin compartirla de una manera grotesca. Saca a la niña porque ella sola posando en bañador hace años que no vende. Nos encontramos, pues, ante un claro ejemplo de utilización de una menor con fines laborales. Esperemos que la señora García haya dado de alta a la niña en la seguridad social. Sería lo suyo y lo mínimo. Obregón parece haberse olvidado del sufrimiento que, según ella proclamaba a los cuatro vientos, padeció su hijo por el acoso de los paparazzi. Retuerce la memoria para satisfacer su compulsivo exhibicionismo.
A vueltas de nuevo con la otitis. El oído es mi punto débil. La enfermedad siempre ataca aquello que es indispensable para tu profesión: las piernas en los futbolistas y el oído en los escuchadores de historias. Como estoy malo me permito ciertos lujos: el sábado me como un helado de vainilla de los grandes, cuatro regalices negros que son puro azúcar y me zampo los cuatro nuevos episodios de ‘Emily in Paris’. Me encanta esa serie. Harto de guionistas que enrevesan las historias, ‘Emily in Paris’ me gusta por simplona. Los malos lo son pero sin llegar a ser terribles y los buenos siempre ganan. Además París sale preciosa y derrocha lujo a espuertas. Como la protagonista trabaja en una agencia de publicidad va de fiesta en fiesta a cual más esplendorosa. Traslado la serie a Madrid y me pregunto si iría a esas fiestas en la capital. Inmediatamente me respondo que no. La idea de coincidir semana tras semana con Tamara Falcó o Carmen Lomana me espeluzna. Rectifico: en el fondo creo que me divertiría escucharlas quejándose de lo mal que va España cuando llevan dos meses –como mínimo– tocándose el papo a todo trapo.
Mi hermana Esther y su hija, mi sobrina del mismo nombre, pasan el fin de semana en Bruselas visitando a mi sobrino y a su novia. Viven en Bélgica desde hace algunos años. El sábado mi hermana Ana envía un whatsapp al grupo de hermanos con la siguiente petición: “Dile a Daniela –la novia de mi sobrino– que me envíe una foto de lo que se pone en el pelo para los rizos”. Así me gustan a mí las familias: que se preocupen de las grandes cosas. Poco a poco, la gente va vol- viendo a sus casas. El verano está llegando a su fin y yo tengo ganas de normalidad. Acabar de trabajar y poder quedar con alguien para salir a dar una vuelta o cenar. Pero hasta ahora estaba todo el mundo fuera y lo único que he hecho al finalizar ‘El diario de Jorge’ ha sido llegar a casa, encender el aire acondicionado, poner los pies en alto, perder demasiadas horas con el Tinder o Instagram y meterme en la cama a las nueve y media de la noche.
A esa hora es cuando se podía empezar a salir por Madrid pero yo ya no tenía fuerzas para meterme en la ducha, ponerme guapo y lanzarme a la aventura. Más que nada porque la fe en la existencia de la aventura la he ido perdiendo con los años. También en la presunta felicidad que te ofrece la pareja. Leo en El País una interesantísima entrevista al cineasta Jonás Trueba, que estrena este viernes una comedia sentimental titulada ‘Volveréis’. Dice: “Buscar un amor intenso es el cáncer de toda relación”. Si nos explicaran desde pequeños lo que no es una pareja nos iría mucho mejor. Es ahora cuando empiezo a comprender lo que es tener una. En ese aspecto, mis ex tenían las cosas más claras que yo. Cuando tenía novio había más pájaros en mi cabeza que ciento volando y así no había manera. Si ahora me saliera uno jamás lo sacaría en Instagram porque soy de esa generación que ha visto recortar de las fotografías –con tijeras, sí– a novios y novias que se fueron a por tabaco y jamás volvieron. Como siempre me pongo en lo peor prefiero salir siempre solo en la foto, pero tener una vida sexual tan agitada como unos grandes almacenes en navidades.
Durante el fin de semana me llegan un montón de notificaciones de Ana Rosa, que como vuelve el lunes a la tele está de promoción. Voy mañana a su programa y la gente espera un gran combate de barro. No sé con qué Ana Rosa me encontraré pero también tengo que decir que, hoy por hoy, tampoco me pilla el cuerpo muy peleón. En cualquier caso habrá que arremangarse y entretener al personal, que para eso nos pagan. Cada vez me siento más estrella porque llevo dándole vueltas todo el fin de semana al estilismo que me endosaré para reencontrarme con AR. No sé si arriesgar o ir vestido de gente de bien, que es un estilo que se lleva mucho en su plató. Voy a pensarlo mientras saco a pasear a Luna y complemento así los diez mil pasos. Noto que voy cumpliendo años en detalles como ir recogiendo la basura que otros dejan en la urbanización mientas paseo: latas de cerveza, de refrescos, cajetillas de tabaco. Compruebo que es una urbanización de posibles porque no encuentro preservativos. Parece que todos los que transitan por ella tienen casa donde desfogarse.