Decía Encarna Sánchez que oyente cabreado no cambia de dial. Así ella empezaba cada tarde su programa con un tono apocalíptico amenazándonos con que al mundo le quedaban dos telediarios. Lo pintaba todo tan rematadamente mal que parecía que nos íbamos a ir a tomar por saco en bicicleta en tres, dos, uno. Eran tantos los miedos que la locutora te metía en el cuerpo que te paralizaba, incapacitándote así para cambiar de emisora. Y ahí seguías tarde tras tarde, envenenándote con sus diatribas y pensando que el universo era un lugar oscuro y siniestro.
Albert Rivera e Inés Arrimadas han hecho suya la filosofía de Encarna y andan sembrando el caos allá por donde pasan. Charco que ven, charco en el que se rebozan. Y si no, lo crean. Son nuestra pareja protagónica patria de ‘House of Cards’. Empiezan a producirme desasosiego, pero no me provocan lo de Encarna, sino justamente lo contrario: cada vez que los veo, cambio de canal para no encabronarme. Como licenciado cum laude en conflictos distingo a la legua a alumnos aventajados y ellos lo son. No tengo tan calada a Arrimadas, pero por lo que estoy viendo se mueve como pez en el agua en terrenos broncos y pantanosos.
Rivera, por su parte, me tiene totalmente desconcertado. Antes era simpático, lograba sacarte sonrisas en sus intervenciones y no inquietaba escucharle. Hablo con un amigo anónimo que me dice: “Cada vez que escucho a Rivera, siento que me odia porque voto al PSOE”. No mola nada este Rivera y no le favorece el mal rollo que ha adoptado como forma de conducta. Recuerdo que un día lo felicité porque me encantó que en una comparecencia le dijera a Pujol que no le riñera porque eso no se lo permitía ni a su padre. Paradojas de la vida: pasados unos poquitos años, Rivera se ha convertido en otro Pujol que nos riñe permanentemente por no votarle. Puede que, tal y como el líder de Ciudadanos se empeña en recordarnos, Sánchez e Iglesias sean lo peor. Pero que no se confíe. Lamentablemente, todo lo demás no es mejor.