Dejemos de lado el debate de si deberíamos haber entrevistado o no al padre biológico de Chenoa. Es el debate que acompaña desde siempre al periodismo o a los programas de entretenimiento. El caso es que, después de entrevistarlo en Buenos Aires, decidimos traerlo a España para someterlo a un polígrafo. Y la verdad es que el señor no quedó bien. Si en un primer momento pudimos sentir compasión por él porque no pudo tener relación con Chenoa, lo cierto es que después de escucharlo de una manera más pausada te quedas con una sensación amarga, cercana al mal rollo. Defiende bien el aspecto sentimental de la historia –“me privaron de disfrutar de mi hija”– pero en cuanto aparece el tema económico el asunto adquiere un tinte oscuro. Porque el señor da la impresión de que no ha sido muy amante del trabajo, por decirlo de una manera eufemística. Y que en vez de alegrarse de que a su hija le vaya bien, a él le repatea su éxito porque no ha podido trincar cacho. Entiendo que Chenoa no quiera tener relación con él. El señor tiene maneras cercanas a la chulería, es prepotente y tirando a antipático. Una joya.