Acabo el domingo viendo ‘Dinero’, uno de tres los capítulos del documental ‘Alaska revelada’ en Movistar. Es el segundo de la saga y en él se cuenta fundamentalmente su historia profesional: desde Kaka de Luxe hasta Fangoria pasando por Alaska y Dinarama. Y como colofón, una ruina económica motivada por un tercero que, además, era su novio. Sobrecoge el capítulo. Tanto que lo primero que se me viene a la cabeza cuando me despierto el lunes es el documental. Cómo pudo sobrevivir una niña de catorce años a situaciones tan complicadas como compartir escenario con compañeros con serios problemas con las drogas.
Qué fortaleza para no caer derrotada ante un universo tan complicado como el de las discográficas. O por la inestabilidad emocional que conlleva el mundo artístico. Cuántos de sus compañeros cayeron en el camino. Me está gustando ver el documental. Me está sirviendo para conocer un poco más a una artista que marcó mi adolescencia: jamás me hartaba de escuchar ‘Cómo pudiste hacerme esto a mí’ o el ‘Ni tú ni nadie’, que bailé y canté millones de veces. La idolatraba como solo se idolatra durante la adolescencia.
Ahora entiendo por qué Alaska permanece impávida ante las críticas. Cuando has vivido tantísimas cosas tan fuertes y has sobrevivido a ellas con solvencia poco te puede afectar lo que opinen de ti. Es un derecho adquirido por méritos propios que nadie puede arrebatarte. Un poder reservado para los elegidos. Y ella lo es. Era necesario un documental como ‘Alaska revelada’. Al menos para mí. Y creo que también para mucha más gente. Yo me entiendo.