Adara Molinero debería vivir permanentemente en un reality

 Pocas concursantes hay tan entregadas como ella. Le apasiona jugar y no duda en compartir una amplia gama de emociones con un espectador que no puede dejar de conectar con su alegría, su euforia, su melancolía, sus anhelos, sus deseos frustrados.

Yo a Adara me la imagino en un café de la Viena de la primera mitad del siglo pasado. Removiendo con parsimonia el azúcar en café mientras, embobada, dirige su mirada hacia los amplios ventanales del local al tiempo que sufre al no verse correspondida por su amor.

Porque Adara, y ese es uno de sus grandes problemas, jamás estará satisfecha en ese terreno porque vive equivocada. Es una adicta a las emociones y eso es algo humanamente inviable.