Acaba el año, es hora de hacer balance. Seré breve y conciso: a tomar por saco el 2022. Menudos dos patitos. Comenzamos el año con la ómicron en todo su esplendor y cuando no estaba inaugurado del todo empezó la guerra de Ucrania. A un año así solo le podemos desear que se vaya con viento fresco. Le queda nada y menos para despedirse. Que cierre la puerta al salir. A mí los principios del 2022 me pillaron finalizando la gira de ‘Desmontando a Séneca’ en Madrid, en el Reina Victoria. Mala época para hacer teatro. No estaba la gente para muchas fiestas y se acusaba en la taquilla. Recuerdo que el día del estreno, un 13 de enero, nos costó dios y ayuda confeccionar la lista de invitados porque iban cayendo como moscas: el que no tenía covid había estado en contacto con uno. Cuando la taquilla comenzó a remontar se iniciaron los bombardeos en Ucrania. Ahora ya estamos más o menos acostumbrados a las noticias provenientes de la guerra –es lamentable cómo nos podemos llegar a acostumbrar a escuchar impasibles cifras de muertos– pero cuando todo empezó estábamos impactados. Una guerra a pocas horas de avión de nuestras casas. Bombardeos televisados. El miedo metido en el cuerpo. Y la vida seguía, y poco a poco la gente fue recuperando el pulso de la vida cotidiana. No existe peor juez que nosotros mismos. Nadie mejor para boicotearnos que nuestra propia conciencia. Guardo un recuerdo agridulce del final de la gira de ‘Desmontando a Séneca en Madrid’. Recuerdo los viajes de vuelta a casa, aguantándome las lágrimas, sepultado por el peso de la responsabilidad. Pensando en qué hacer para que viniera más gente a verme. Pero ha pasado el tiempo y una vez que he compartido estas sensaciones en mi libro ‘Antes del olvido’ he empezado a recibir mensajes preciosos. Mensajes que me dicen que no debería ser tan duro conmigo mismo, que estuvieron viéndome en el Reina Victoria y que se lo pasaron muy bien. Y yo empiezo a pensar que tienen razón. Uno debe ser exigente consigo mismo pero no hasta el punto de hacerse daño. De mi experiencia en Madrid lo peor es que se me quitaron las ganas de hacer teatro.
Por varias razones. La primordial, porque me he cansado de pasar exámenes. Porque ya no tengo ganas de lidiar con la responsabilidad de tener que llenar plateas porque me llame Jorge Javier Vázquez. Porque estoy cansado de tener que estar a la altura de las expectativas que los demás han depositado en mí. Porque tengo que aprender que mi autoestima no puede verse dañada por la respuesta ajena. Porque este trabajo nuestro provoca placer, pero también mucho sufrimiento. Porque este trabajo, por mucho que nos guste, es solo trabajo. Y yo, lo que quiero a partir de este 2023, es vivir.
Por un año de sorpresas
Confío en el 2023. Fíjate que me he dado cuenta de que me gustan los números impares. Y que cuando me gustaban los pares era por pertenecer al mundo normal, ordenado. Porque los pares, como su propio nombre indica, tienen fama de lógicos. Y no. Yo no soy par. Soy anárquico, desordenado, caótico e imprevisible. Soy un impar en toda regla. Me gusta el orden pero con matices. Lo lógico pero aliñado con un poco de locura. Vivir sin cinturon es que me opriman. Y cada vez más, la vida aventurera. Detesto pensar que nada me puede ya sorprender. Que todo está hecho. Dar las cosas por sentado. Por eso y porque me lo merezco, nos lo merecemos, vamos a vivir el 2023 a conciencia.
Aceptar la tristeza
No todo ha sido negativo en este 2022. También ha habido cosas positivas. Y muchas. En mi caso he descubierto que, como cantaba Gracia Montes, soy una feria… a veces. Que claro que me gusta la diversión, el jaleo y estar bien arriba de ánimo. Pero que la vida no es solo eso sino que también es aprender a convivir con todos aquellos abanicos de sentimientos que conforman una existencia. Me lo ha recalcado mi psicóloga varias veces a lo largo de este año: “No sabes estar triste”. Tiene toda la razón, como casi siempre, porque a cabezón no me gana nadie y alguna vez tengo que quedar por encima de ella para que no se me envalentone. No he sabido nunca estar triste porque no me lo he permitido y he vivido evitando ese sentimiento. Pero al final no te queda otra que aceptar que la vida también es esto. Convivir con la tristeza, abrazarla y escuchar qué te quiere decir. Hacer oídos sordos cuando aparece en nuestras vidas es otro de los grandes síntomas de la precaria educación sentimental que hemos recibido. Desconozco con qué estado de ánimo estarás leyendo estas líneas. No te sientas raro/a/@ porque la felicidad que parece invadir a los demás no brinque también dentro de tu cuerpo y de tu mente como un adolescente. Piensa que si te pasa eso quizás es porque estás siendo honesto contigo mismo y con tus sentimientos. Y fíjate, no encuentro mejor modo de empezar el año. Ser sincero con la persona con la que vivimos los 365 días del año: uno mismo. Así que, no lo olvides: a por el 2023 con todas sus consecuencias.