Estoy viviendo el verano a través de Instagram por- que en Madrid hace tanto calor que es imposible salir a la calle hasta que se pone el sol. Pero una vez cae la tarde estoy tan cansado que me da mucha pereza ducharme para salir a la calle. Según las redes, la gente está disfrutando mucho de sus vacaciones. No tengo por qué no creerles pero a mí me parece que hay demasiadas personas en todos los sitios.
Vivimos en una perpetua celebración del treinta y uno de diciembre. Festivales repletos de gente, conciertos multitudinarios. Se acabó lo íntimo. Sin embargo, yo no acabo de encontrarle la gracia a ir a un estadio a ver a un cantante, por ejemplo. Me resulta imposible emocionarme. Prefiero un teatro. Tener al artista cerca. Verlo sudar. Gesticular. Enmudecer. Para no verme demasiado fuera de onda hoy, domingo, me he puesto a Karol G. Al escucharla me he dado cuenta de que conocía muchas de sus canciones pero, francamente, no sabía que eran de ella. No me tragaría un concierto suyo pero César, mi community, se fue a verla a Lisboa y estuvo en uno de los cuatro Santiago Bernabeu que se marcó. A César le pasa con Karol G lo mismo que a mí con Paloma San Basilio. A partir del 2025 va a hacer una gira de despedida por España. (Paloma, no Karol G). A mitad de febrero actúa en el Teatro Cervantes de Málaga y la tía ya lo tiene casi todo vendido. Bien por ella, qué lástima por mí. Me hubiera gustado ir. Estaré atento a la gira. Si va a ser la última quiero ejercer de groupie nivel dios.
Con César hablo todos los días de las audiencias de ‘El diario de Jorge’. Mínimo media hora. Tiene su mérito porque él está en la playa pero antes de ir a bañarse me dedica gentilmente parte de su tiempo. La gente dirá “claro, para que te toque las palmas”. ¡Ay! Qué poco conocéis a César. Es la antítesis del palmero. Es mi gota malaya. Mi martillo pilón. Ese dolor de cabeza que te provoca una resaca. César me dice que a ver qué hacemos con la audiencia. Y yo le contesto con la boca chica que si los Juegos Olímpicos y esas cosas. “Muy bien, pues a ver qué pasa el lunes, cuando ya no haya Juegos”. ¿Y os podéis creer que tengo miedo a que el martes me llame de buena mañana echándome en cara no haber subido? No sé cómo lo hago pero no consigo liberarme de la figura paterna. Siempre, a lo largo de mi vida, han ido apareciendo personas que han ejercido de padres. Sin yo quererlo, además. César es una de ellas. Le tengo más miedo que a un nublado. Pero ya he pensado que si el lunes no subimos de audiencia le diré que se debe a que es verano, y que hasta el dos de septiembre el consumo no se estabiliza y hasta entonces mejor no hablar porque patatas. A ver si cuela.
El domingo por la mañana llamo a Carmen Rigalt, otra que tal baila. Tenía varias llamadas perdidas suyas pero dilaté el asunto porque intuía por dónde me iban a venir los tiros. Adoro a Carmen pero el día que dios repartió el don del tacto ella se quedó en casa leyendo a Josep Pla. La llamada transcurre tal y como ya había imaginado. Incluso P. me advirtió con anterioridad. “Si la Rigalt te dice que no le gusta el programa es que todo va bien”. Eran poco más de las diez de la mañana, estaba yo paseando a Luna. “Carmen, ¿has visto mi nuevo programa?”. “Sí. No te pega”. En otro momento de mi vida esa frase me habría hundido pero acto seguido le recuerdo que cuando empecé a presentar el Deluxe sus palabras fueron: “Tú no sirves para eso. Lo hace mejor Cantizano”.
El Deluxe duró catorce años. Intento indagar más pero no me puede dar muchos más detalles porque reconoce que habrá visto el programa en un par de ocasiones. “A mí lo que me gusta es que haya dramones, como en ‘Hay una cosa que te quiero decir”. Acabáramos. ¡Pero si creo recordar que en su día me dijo que tampoco le gustaba ‘Hay una cosa que te quiero decir’! “¿Yoooo? –se extraña Carmen–. No me acuerdo. Bueno da igual. A mí lo que me gusta es ver dramones”. Llamo a Jon y me suplica que no haya dramones en ‘El diario de Jorge’. Y yo, qué queréis que os diga, a las once de la mañana del domingo ya estoy deseando meterme en la cama para que no me vuelvan la cabeza más loca de lo que la tengo.