Si yo fuera Anabel encontraría tantas razones para casarme como para no hacerlo. Pero al final me acabaría casando porque no hay nada que más rabia me dé que opinen sobre lo que hago o deje de hacer. Aunque hay que tener claro que si trabajamos cara al público y pretendemos que nos vean y nos sigan cada vez más personas lo que no podemos es cogernos un parraque porque esas mismas personas opinen de la vida de la que les hacemos partícipes de manera constante. Todo tiene un precio, cualquier decisión que tomemos tiene su coste. Lo suyo es tomarla con la cabeza fría y aceptar lo que venga después con generosidad. Vamos allá. Anabel Pantoja ha colocado al nivel de semidiosa a su yaya, a doña Ana, a la madre de la Pantoja.