Escribo la tarde del domingo, descompuesto con la noticia del ingreso hospitalario de Alma, la hija de Anabel Pantoja. Me entero por ‘Fiesta’ de cómo está más o menos la situación, de que toda la familia se ha trasladado a Gran Canaria para estar junto a Anabel. Empiezo a hacer ronda de llamadas y encuentro a todos mis compañeros igual que a Emma García y sus colaboradores: sinceramente afectados. Son muchos años tratando con Anabel. Ojalá que todo salga bien. Ojalá que todo quede en un susto.
Debutó conmigo en la tele
Creo que la primera vez que Anabel Pantoja se sentó en un programa de televisión fue conmigo, en aquella antológica edición de ‘Supervivientes’ en la que participó su primo Kiko. Corría el año 2011. Llegó al plató un poco temerosa porque durante cinco años y desde ‘Aquí hay tomate’ yo había mantenido una batalla bastante campal contra su tía Isabel. Pero no tuvimos ningún problema. Ni ella ni yo caímos en la tentación del reproche. Ella supo aprovechar la oportunidad que se le brindó y empezó una carrera televisiva plagada de muchas risas y otros tantos sinsabores. Todo muy extremo. Todo muy Pantoja.
Estuvo en ‘Sálvame’ varios años y lo pasó muy bien y muy mal. Yo la reñí un día, o a lo mejor incluso varios, porque la veía poco motivada en el trabajo. Ella siempre se revolvía y se cogía unos disgustos muy folklóricos pero luego cogía fuerzas de nuevo y te proporcionaba tardes y tardes de gloria. Se dejaba la piel defendiendo a su tía, en la mayoría de las ocasiones intentando justificar lo injustificable. Estuvo en la cuerda floja porque su papel era muy complicado: el comportamiento de su tía se lo ponía muy difícil. En algún momento llegué a pensar que sería carne de cañón. Que la televisión la trituraría. Que el móvil iba a ser su perdición porque estaba “enganchaíta perdía”.
El paso atrás de Anabel Pantoja
Pero lo que son las cosas: ese móvil llegó a convertirse en uno de sus mejores aliados. Me explico. Después de muchos momentos en los que televisivamente estuvo al borde del abismo llegó la pandemia. Y ahí, creo yo, fue cuando empezó a hacerse fuerte en redes. Conectó con un gran público ávido de diversión y descubrió un mundo que le ofrecía el dinero suficiente para dejar de lado la televisión, un medio que a esas alturas de su vida le proporcionaba más dolor que gloria. Estuvo muy lista. Decidió dar un paso atrás y empezó a vivir más tranquila. Contribuyó también a esa tranquilidad tomar una decisión que seguro que debió de resultarle costosa pero fue un bálsamo para su salud mental: abandonar el papel de defensora a ultranza de su tía.
Una vez fuera del asfixiante universo de Cantora, Anabel ganó en espontaneidad y frescura. Desde entonces se la veía más relajada. Menos tensa. Más divertida incluso. Aparcó la constante exposición de la televisión para centrarse en su faceta de influencer, que también tiene exposición pero juegas con la ventaja de que tienes más control sobre tu relato. Por fin se la veía feliz del todo con su trabajo.
A lo largo de estos trece años he vivido con ella momentos de todo pelaje y condición. La he amado muchas veces y otras me ha sacado de quicio. Creo que la última vez que coincidí con ella fue en ‘Supervivientes’ del año pasado. Los martes, los días de ‘Tierra de Nadie’. Estaba embarazada y la notaba muy contenta. La chica tímida y ligeramente asustadiza que vino a defender a su primo Kiko se había convertido en una mujer que se paseaba por los platós con seguridad. Antes sufría en ellos y con los años aprendió a disfrutarlos. Sé que cuenta con muchos amigos y amigas en el medio. Con muchos compañeros y compañeras de trabajo que le tienen mucho afecto. Ha podido comprobar en sus propias carnes que extramuros de Cantora hay un mundo que vale la pena vivir y gente en la que puedes confiar. Somos los que le tenemos cariño. Son muchos años. Por eso la noticia del ingreso hospitalario de su hija Alma nos ha dejado con el cuerpo cortado. Estamos contigo, Anabel. Y con tu hija.