Era el mayor temor de la reina. A medida que se acercaba la fecha de su histórica coronación, en junio de 1953, a Isabel II le aterraba que un simple desliz o cualquier error pudiera arruinar la solemne ocasión. Acordó con su primer ministro, Winston Churchill, y el Arzobispo de Canterbury que la ceremonia, que tendría lugar en la Abadía de Westminster, no debía ser televisada. A la ansiosa monarca le preocupaba que cualquier traspié en los procedimientos fuera capturado por las cámaras y emitido una y otra vez.
No habría posibilidad de esconder su sonrojo. Isabel tenía muy presentes los recuerdos de su padre de su propia coronación, que estuvo marcada por numerosos contratiempos. Un cura se desmayó y retrasó la procesión, la enorme Biblia era demasiado pesada para poder sostenerla bien y el Arzobispo de Canterbury le colocó la corona en la cabeza al revés. La reina no tenía intención de convertir algo sagrado en un show. Durante uno de los ensayos llegó a pedir al Arzobispo de Durham que no moviera las cejas para evitar que a ella le diera la risa nerviosa.
Escenas de la coronación en 1953 de la reina Isabell II
Un espectáculo televisado
A pesar de los recelos de la reina y de sus asesores, la opinión pública –y la intervención de su modernizado marido, el príncipe Felipe– se impusieron y la coronación fue televisada. Fue un triunfo que consiguió reunir a millones ante las televisiones en blanco y negro para ver el gran día. Esta vez la televisión dominará la gran ocasión. No solo habrá cámaras capturando cada momento de la ceremonia de dos horas que tendrá lugar dentro de
la abadía, también habrá 30 localizaciones al aire libre repartidas por todo el país donde pantallas gigantes valoradas en 2.4 millones de euros seguirán cada movimiento de este evento histórico. Lejos de oponerse a las cámaras, el Rey, que será coronado formalmente como Rey Carlos III en una ceremonia profundamente religiosa, ha recibido con los brazos abiertos a las cadenas de todo el mundo para su gran día. Tratándose del príncipe de Gales más longevo en la historia, quiere su momento de gloria. Después de todo, ya ha esperado suficiente.
Una nueva era
Mientras Carlos se asienta en su papel de monarca está claro que hay otras diferencias tanto en estilo como en sustancia entre el nuevo rey y su predecesora. Cuando la reina fue coronada en 1953, mucha gente creía que descendía directamente de Dios. Durante los preparativos de la coronación se habló mucho de una “nueva era Isabelina”, existía la esperanza de que el nuevo reinado daría paso a una era más moderna. Irónicamente, a pesar de que la coronación fue muy popular, fue el último suspiro del antiguo régimen.
Dentro de la abadía, la congregación estaba formada principalmente por los miembros más longevos de la aristocracia, sus pieles de armiño tenían un distintivo olor apolillado. Carlos, en cambio, ha prometido una ceremonia que mezclará lo antiguo y lo nuevo, y que integrará la tradición más venerable con la parte multicultural y multiétnica de la nación.
Baja aprobación
A diferencia de la reina, que estaba en la veintena cuando fue coronada, el rey es el príncipe de Gales más experimentado de la Historia. Y el más conocido. Eso es un arma de doble filo. En contraste con la impecable
vida privada de la reina, su polémico divorcio de Diana, la princesa de Gales, y el papel que la reina Camila jugó en la ruptura del matrimonio de “cuento de hadas” preocupa a muchos. A diferencia de la difunta reina, que contaba con una aprobación del 80%, el rey Carlos, según una encuesta reciente de IPSOS, solo era visto de forma favorable por un cincuenta por ciento, y su mujer arrastrándose muy por detrás con un treinta y ocho por ciento. Su frenética ronda de visitas a todos los rincones del reinado ayudará a reforzar y mejorar su popularidad.
El rey Carlos III y su esposa y reina Camila Parker Bowles
Parece que el rey ha asumido la máxima de la reina: “Tengo que ser visto para ser creído”. Donde él ha roto filas con la reina ha sido a la hora de lidiar con su familia. Ha abordado una serie de asuntos que la reina evitó de forma estudiada. Una de sus primeras acciones fue modificar el Acta de Regencia para permitir que la princesa Ana y el príncipe Eduardo estén en posición de ejercer de consejeros de Estado si surge la necesidad de que representen al rey. Se quitó de en medio cualquier polémica con este nuevo arreglo ya que mantenía a dos royals no en activo, los príncipes Andrés y Harry, pero a todos los efectos los hacía superfluos al ampliar el grupo de royals disponibles. El tema de las residencias reales es lo que mejor muestra el estilo diferente del nuevo rey. Así como la reina animaba a sus hijos a adquirir, renovar o construir Casas de Gracia y Favor para sus descendencias [son residencias que pertenecen al monarca del Reino Unido y que suelen ser cedidas gratuitamente como agradecimiento por los servicios prestados al país], el rey quiere tener un reinado más ajustado, consciente de la necesidad de controlar la expansión como parte de su sueño de una familia real más reducida. Si eso supone labrarse unos cuantos enemigos, así sea.
El rey Carlos III y sus hermanos, Ana, Eduardo y Andrés.
El baile de residencias
El rey pidió a Harry y Meghan que entregaran las llaves de Frogmore Cottage para que fuera usado por el príncipe Andrés. Este, a su vez, tuvo que abandonar Royal Lodge, la antigua residencia de la Reina Madre, de casi cuarenta hectáreas en Windsor Great Park y que necesita una urgente renovación. Tanto él como su exmujer, la duquesa de York, se instalaron allí, en diferentes alas, tras la muerte de la Reina Madre, en 2002. La mansión de
30 habitaciones era necesitada por la familia de Guillermo y Kate, los príncipes de Gales, que vivían en el modesto Adelaide Cottage, de cuatro habitaciones, también en Windsor Park, y en la que en su día residió el amante de la princesa Margarita, el capitán Peter Townsend, junto a su familia.
Aunque este elaborado juego de las sillas ocurre siempre al inicio de cada reinado –la Reina Madre pidió vivir en la palaciega Marlborough House tras la muerte de Jorge VI, por ejemplo–, el nuevo rey quería un cambio completo. Carlos habló de vivir sobre las oficinas en Buckingham Palace, como hace el primer ministro en el 10 de Downing Street, mientras mantiene Highgrove, su residencia en la campiña, como su residencia principal. También hubo conversaciones para transformar Balmoral en un museo para ayudar a cubrir el coste económico que supone mantener la extensa propiedad. La duda cae sobre el futuro de Kensington Palace, ahora vacío desde que los príncipes de Gales se mudaron.
El príncipe Harry con su esposa y actriz, Meghan Markle
Asuntos familiares
Ambos monarcas han tenido que lidiar con asuntos familiares espinosos antes de su coronación. La reina con su hermana Margarita, que quería casarse con un divorciado, el Capitán Peter Townsend, y el rey Carlos con el enojoso asunto de si Harry y Meghan asistirán a la coronación y qué tipo de reacciones provocarán, tanto del público como de la familia. Tienden a ser el centro de atención y el nuevo rey quiere todo el foco firmemente puesto en él y la reina Camila. La coronación será a más gloria de Carlos y está determinado a que así sea.