Paul Moody estaba a punto de jubilarse. Forense en Florida, había pasado los útimos años de su vida identificando a las víctimas de Keith Hunter Jesperson, el asesino de la cara feliz, que había matado a ocho mujeres. El año pasado, meses antes de dejar su puesto de trabajo, escribió a Jesperson a la cárcel en la que cumple varias cadenas perpetuas por sus crímenes.
El forense necesitaba identificar a la víctima número 8, la única a la que no había podido dar nombre. Y Jesperson, que apenas había colaborado hasta entonces con la policía, accedió a verlo. Le explicó que la había matado en 1994, en la cabina del camión que él conducía, que la había recogido en Tampa porque la joven, que tenía entonces unos 24 años, quería ir a Las Vegas. Y que se llamaba Susan. Jesperson le dio un retrato robot. Más tarde el asesino de la cara feliz identificó la fotografía de una joven: era ella. En realidad, el camionero estaba viendo la imagen de Ylenia Carrisi, la hija mayor de los cantantes Al Bano y Romina Power, desaparecida en enero de 1994, a los 24 años, dada por muerta oficialmente 20 años después y que durante su estancia en Estados Unidos se hacía llamar Susan.
La maquinaria se puso en marcha y se iniciaron las primeras pruebas en los restos de Susan, cuyo cadáver fue encontrado en un bosque de Tampa en 1996, meses después de la detención de Jesperson. Las investigaciones preliminares del último año han dado lugar a claros indicios, en opinión de los investigadores encargados del caso: todo apunta a que Susan es Ylenia Carrisi.
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