“Estas vacaciones son muy buenas para los niños, pues apenas saben lo que es convivir con su padre”. En el verano de 1977, Isabel Preysler se marchaba a Lanzarote con sus tres hijos y su entonces marido, Julio Iglesias. Ella afirmaba sentirse “como loca de contenta” por esta escapada, en la que posaron para las cámaras de Lecturas en las Montañas de Fuego. Pero la realidad era otra muy distinta: a la joven filipina se le hacía cuesta arriba pasar tanto tiempo sola, mientras que Julio se entrega a su carrera. Y a las grupis. Apenas unos meses más tarde, se separarán. Estas fueron sus últimas vacaciones como familia.
Aún quedan semanas hasta que Isabel Preysler, cansada de todos los romances que se le atribuyen a su marido a lo largo de sus infinitas giras, pise el freno de su matrimonio. Pero está en proceso de abrir los ojos. Se da cuenta que el progenitor de María Isabel (Chábeli), Julio y Enrique apenas pasa tiempo con él, lo que dificulta el vínculo paterno filial. Y es que el cantante tiene muy claras cuáles son sus prioridades. “Triunfar en Estados Unidos es mi batalla”, aseguraba a Lecturas. “En las giras, añoro a Isabel y a los niños. Les recuerdo constantemente y me gustaría tenerles a mi lado cuando la gente se vuelca conmigo; pero me veo obligado a vivir sin mi familia. Los niños deben ir al colegio, no me pueden acompañar y yo tampoco puedo renunciar a mi posición”. El cielo, para Julio, era el límite. No paraba de poner más alto su listón, de querer más y más. Y cuando se le preguntaba si le compensaba el dinero y la popularidad vivir apartado de sus hijos, él no dudaba un instante. “Me gustaría decirte que no, pero mentiría; porque los hechos predican lo contrario”.
Entonces, Julio Iglesias estaba hambriento de éxito, todo lo logrado no parecía suficiente. Entonces, iba a por el mercado anglosajón y tenía un plan para él y para los suyos. Un plan que no salió como imaginaba. “Es casi seguro que toda la familia nos traslademos a Estados Unidos a partir de otoño. Desde allí, partiré para mis actuaciones en España y el resto de Europa”. Él sí se marcharía a EEUU pero Isabel y los niños no le acompañarían.
En estas vacaciones en las que montaron en camello, los niños fueron vestidos conjuntados, Julio cogería a Isabel con cariño por los hombros mientras contemplaban la puesta de sol, jugaron a ser felices. Pero la verdad era otra bien diferente. La pareja llevaba tiempo en crisis, ya habían hablado de separación, pero él la había convencido de que debían seguir adelante. Y ella, con apenas 25 años, se convenció a sí misma de que era lo mejor para todos. Ese verano, en el que Julio regresó de una de sus interminables giras, él le hacía ver que mejorarían. Que todo fluiría mejor cuando se establecieran en Estados Unidos. Pero la verdad es que jamás lo descubrirían.
En 1978, el matrimonio se rompió por completo. Pilar Eyre, una de las periodistas de mayor trayectoria, y una auténtica experta en la vida de Isabel Preysler, siempre ha sostenido que la socialité estaba cansada de no poder hacer absolutamente nada al lado de Julio y de perdonar sus infidelidades. Mientras que él vivía en una espiral de salidas, de citas con otras mujeres; ella cada día estaba más sola. Solo tenía la compañía de su buena amiga Carmen Martínez Bordiú, quien, por aquel entonces, era vecina y la animaba a salir juntas. Casi a desoír a su marido, al que no le gustaba nada que su mujer saliera sin él. Tal y como asegura Eyre, la puntilla para este matrimonio a punto de explotar vino de Argentina. Unos familiares de la filipina se encontraban en el país Latinoamericano y, con gran estupor, descubrieron que ahí existía una mujer que ejercía como novia oficial de Julio Iglesias. Consternados, se lo contaron todo a Isabel y esta tomó la decisión que cambió el rumbo de su vida.
Ausencias continuadas, un machismo recalcitrante que la ahogaba y que le impedía llevar una vida más independiente y, por último, conocer a una nueva persona que le había devuelto la ilusión, Carlos Falcó, habían sido los ingredientes necesarios para que Isabel pronunciara aquella mítica frase de: “Tú me pediste muchas veces que me casara contigo, yo solo te voy a pedir una el divorcio”.
Finalmente, en julio de 1978, la pareja emitió un comunicado en el que anunciaban el fin de un matrimonio que se las prometía felices pero acabó siendo una verdadera prisión para ella; mientras que él estaba inmerso en un meteórico ascenso a la fama mundial. Julio Iglesias tuvo que seguir solo ese camino que había planeado para sí mismo y al que no pensaba renunciar por nada del mundo. Ni por su mujer ni por sus hijos. Ya lo dijo él mismo, “no puedo renunciar a mi posición”. Y no lo hizo.