Caos, destrucción, fuego. Estas eran las alarmantes noticias que llegaban de las tripas de la boda, del interior de la finca El Rincón, como si todas las fuerzas del universo se hubieran conjurado para detener este casamiento, sentenciado desde el minuto cero como dicen los cursis. Los días previos ya habían sido una locura: que si el traje de boda iba colocado en una butaca bisnes como si fuera un difunto con rigor mortis y un pasajero despistado se había sentado encima, que si había enfrentamientos entre las dos consuegras... Para contrarrestar todas estas insidias, de la parte de la novia empezaron a filtrar que la boda tendría el empaque de un enlace real…
La verdad es que no hubo invitados de auténtico relumbrón, fuera de la encantadora Eugenia Martínez de Irujo y los acompañantes de Tamara en sus aventuras televisivas. Pero ¿dónde estaban esas jóvenes aristócratas que vemos en las bodas sevillanas? ¿dónde esa Naty y esa Agatha? Del mundo de la cultura, apeado Vargas Llosa de la familia y distanciado el estupendo Boris Izaguirre, no acudió nadie.
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