Naty Abascal y su hermana gemela Ana Mari tenían 21 años recién cumplidos cuando el modisto Elio Berhanyer las animó a viajar a Nueva York para presentar su nueva colección en Manhattan, con motivo de la Exposición Mundial de 1964. “La publicación de un reportaje de Richard Avedon con las dos hermanas como protagonistas para la revista Harper’s Bazaar causó sensación”, cuenta María Eugenia Yagüe en su último libro, 'Los Medinaceli'. “Y aunque Ana Mari no continuó con la prometedora carrera que se les presentaba, para su hermana fue el inicio de un ascenso meteórico en el mundo de la moda”.
Durante su periplo en Estados Unidos, Naty protagonizó la película de Woody Allen ‘Bananas’ —en la que hacía de guerrillera latina—, posó en topless para la revista Playboy, y mantuvo un noviazgo serio con el piloto escocés Murray Livingstone Smith. Esa relación acabó en boda, pero el matrimonio duró cinco años y finalizó en 1975. En un viaje a su Sevilla natal para ver a su padre, delicado de salud, Naty se reencontró con el duque de Feria Rafael Medina, un novio de juventud que no pudo evitar caer rendido a sus encantos.
Se casaron en el verano de 1977, ante la Virgen del Rocío, y pronto se convirtieron en una pareja de moda y fueron padres de sus dos hijos, Rafael y Luis. “La duquesa consorte era una mujer de mundo, arrolladora”, comenta la periodista. “Rafael, un hombre de empresa tocado psicológicamente por la indiferencia de su madre y víctima de etapas depresivas que la familia no podía comprender y menos compartir”. Y aunque Naty y él acabaron llevando vidas y gustos paralelos, pronto se dieron cuenta de que su matrimonio tenía poco futuro.
El yate de la discordia
En 1988, el último verano que pasaron juntos, Ramón Mendoza, propietario de una prestigiosa cuadra de caballos y presidente del Real Madrid, les invitó a navegar en su yate Secret Love, junto con otros amigos. “Un día, estando en el yate, Rafael Medina oyó una fuerte discusión en el camarote de al lado”, cuenta Yagüe. “Era la compañera sentimental de Mendoza, Jeannine Girod, reprochando algo a su pareja. Al parecer, le había sorprendido besándose en cubierta con Naty y le estaba montando una escena. Todos los pasajeros habían sido testigos durante el crucero de los coqueteos de la duquesa de Feria con el líder madridista, pero esa noche el flirteo había pasado a mayores”.
Aquel escarceo acabó suponiendo el final del matrimonio de los duques de Feria y el comienzo de la complicada relación de Naty y Ramón, quienes vivieron juntos en un piso de la avenida de Alfonso XII, frente al Retiro, y en 1989 dejaron ya de darse cariño. Dicen las lenguas anabolenas que el seductor y cínico empresario se terminó cansando de la simpleza de la sevillana, aunque la consideraba una buena chica.
“Pedí la separación, era lo que quería hacía tiempo”, contó Rafael en sus memorias. “Me molestó sobre todo que Naty no se diera cuenta de que ella era para Mendoza un trofeo más, se había ligado a la duquesa de Feria y punto. Ni se casó con ella, ni se divorció de su mujer Rosario, ni siquiera dejó a Jeannine Girod”.
Misteriosa vida privada
Después del divorcio, el duque de Feria se dejó atrapar por la depresión y se alejó de la familia Abascal, la única que le había mostrado afecto y comprensión. También cayó en una espiral autodestructiva de alcohol y drogas, y en 1993 ingresó en prisión, condenado por corrupción de menores y tráfico de drogas. Por su parte, Naty se hizo cargo de los niños, a los que mandó a estudiar fuera de España para alejarlos del conflicto, y empezó a trabajar en los temas de moda que tan bien conocía.
En la actualidad, la exmodelo sevillana ejerce de estilista de moda, consejera de firmas importantes y asidua de las exclusivas en la revista ¡Hola!. “Su vida sentimental, después de Ramón Mendoza, siempre ha sido muy discreta, casi secreta”, apostilla en su libro Yagüe. Con una excepción: en la década de los noventa mantuvo una relación con Manolo March, nieto del empresario Juan March. El decorador la quiso mucho, pero la cosa no duró demasiado y él se casaría años después con un coreógrafo costarricense llamado Brandon.