Hablar con Màxim Huerta es como perderse en un bosque de pasiones. Nos cuenta que su novela, ‘La noche soñada’, que ha recibido el Premio Primavera, está basada en el amor y está escrita con amor. Aquel niño que se vestía de fallero y que soñaba con ser escritor, ha hecho realidad su sueño y es, además, una estrella de la televisión.
¿Cómo surgió tu libro?
Lo empecé en el 2009 en Tossa de Mar (Girona). Fui de vacaciones y me fascinó, como a Ava Gardner. Me estaba tomando un vino en una terraza y vi una foto de ella allí, en la misma silla donde yo estaba sentado. Me dijeron que cuando estaba casada con Frank Sinatra y se acostaba con Mario Cabré, vivía allí. Me dije ‘esto lo tengo que escribir’. Una historia de soledad y de amor.
Pero también de felicidad, de alegría de vivir.
De búsqueda de la felicidad, porque yo estoy muy a favor de la felicidad, de familias que se quieren y se necesitan.
¿El libro tiene que ver contigo?
Nada que ver. O todo. No sé.
¿Tu protagonista es como tú?
Es alguien que no encuentra el amor. Lo busca y lo encuentra a ratos.
¿Como tú?
Yo no creo en las relaciones largas.
Tu novela es una historia de amor muy mediterránea.
Sí. De las dos orillas, la española y la italiana. De ese carácter festivo, excesivo, de luz, de amores, de niños, de verano, de amores viudos, perdidos, de todos los tipos de amor.
¿El amor ayuda siempre a encontrar la felicidad?
Ni mucho menos. Te lleva por el camino de la amargura. Los grandes amores no son los más felices. Los amores de verdad solo salen en los boleros, en la copla. Las grandes historias de amor suelen coincidir con las grandes rupturas, con historias pasionales en el sentido más sexual. El amor tranquilo suele aburrir. Las turbulencias son muy buenas en el amor.
¿Tú eres de turbulencias?
Sí, soy de bolero.
¿También te gustan los secretos?
Es que mentir es necesario. Como decía Marisa Paredes en ‘La flor de mi secreto’, la realidad debería estar prohibida. Yo añado que también debiera estarlo la verdad. Esos que hablan de ser sinceros... Miénteme, pero hazme feliz y dime que me amas.
¿Estás a favor de la mentira?
Absolutamente, si sirve para hacerme la vida mejor. A favor de la mentira para ser feliz.
¿De dónde te viene esa italianidad tan presente en la novela?
No lo sé. He estudiado italiano. He viajado mucho a Italia. He trabajado en Roma. He amado en italiano… Si hay que amar en esta vida, hay que amar a la italiana.
¿Y cómo se hace?
El amor es para fuera, salta vallas. En mi novela las hay, cubiertas de buganvillas. Pero da igual el idioma. Hay que amar en todos. Si hablo varios idiomas es porque los he trabajado (risas). La mejor escuela de idiomas es la cama.
¿Envidias a las parejas que se cogen de la mano años y años?
Admirar sí, desear también, pero nada de envidias. Soy de pueblo y estoy muy agradecido con lo que tengo.
¿Presumes de ser de pueblo?
Yo no reniego. Mis padres me dieron alas para volar y suficiente tierra para tener los pies en el suelo.
¿Vas muy a menudo a verlos?
Mis padres están enfermos. Necesito estar a su lado, tocarlos. No son mayores, pero de salud están mal. Necesito ir a comer en casa. Donde está tu madre está tu casa. Y me gusta sentirme así. En mi pueblo soy el mismo que hizo hace 30 años la comunión o salía vestido de fallero.
Hubo un tiempo que no lo veías así.
Eso pasa cuando necesitas ir a Madrid con todas las ganas del mundo. A 350 km por hora con la misma canción porque tienes ganas de estallar en todos los sentidos y la ciudad es la huida, la Meca. Luego, te das cuenta de que tus raíces están en tu casa y que la comida que hacía tu madre y aborrecías es la que deseas con toda tu alma.
¿Entonces te das cuenta de que ha llegado la madurez?
Hay un momento en tu vida en el que te miras y te pareces a tu padres. De repente piensas: acabo de actuar como mi madre. ¡Ha llegado la madurez! La genética es muy cabrona. Te devuelve aquello de lo que huías. Si huyes de algo, te lo encontrarás en tu destino.
¿Tienes todo lo que soñabas?
Cuando voy con la velocidad cambiada, creo que no. Pero sí, muchas cosas con las que soñaba hoy las cuento con tan solo 43 espléndidos años.
Estás agradecido a la vida.
Doy gracias, no pido perdón. Hay que vivir en una Nochevieja permanente. Dando gracias por lo que ha venido y yendo a por otro año. ¡Yo soy muy fallero!
En esa búsqueda de la felicidad, ¿has llegado a la meta?
Veo la felicidad en los ojos de mi padre. Disfruto con lo que veo en los ojos de los que quiero. Soy feliz. Si tuviera a mi madre con las rodillas bien y mi padre no perdiera la memoria, todo sería redondo.