María Teresa Campos, la primera estrella moderna de la tele

La atacaban porque su público era femenino, como si eso restase dignidad a su excelente labor. Ella se reía de las críticas. Yo siempre recordaré esa risa.

Luis Pliego
Luis Pliego

Director de Lecturas

María Teresa Campos Luis Pliego
Garófano

Conocí a María Teresa Campos hace más de dos décadas en la botadura de un crucero en el puerto de Barcelona. Sofía Loren estrelló una botella de champán sobre el casco del buque y después hubo una cena de gala en la que los famosos sonreían mucho y los periodistas afilábamos la pluma. Entonces se llevaba que las crónicas tuviesen unas dosis de peloteo y unas gotas de inofensivo sarcasmo. Teresa acababa de ganar un premio Ondas “por dignificar la televisión popular” y había llamado pija a Julia Otero en su programa de TV3 porque la acusó de ponerse “petarda” en las mañanas de Telecinco. “Yo prefiero pensar que más que petarda, me pongo cercana. Porque si tu me llamas a mi pija, yo te podría decir pija a ti”, replicó la matriarca de las Campos. Aquello era el chascarrillo de la noche y me acerqué a comentarlo con ella. Recuerdo su risa hablando de la cara que se le quedó a Otero por su salida.

No había duda de que Teresa se había tenido que defender muchas veces a lo largo de su carrera profesional. Primero porque aceptó un importante trabajo en la radio en Madrid y dejó a sus hijas y su marido en Málaga. Más tarde porque se convirtió en la primera mujer que se ponía al frente de un magazine matutino en la televisión nacional. El éxito de la Campos en aquellos años resultó tan fulgurante que la atacaron porque su público era mayoritariamente femenino. Como si eso le restase algo de dignidad a su excelente labor. Campos inventó un formato televisivo. Un diario audiovisual que incluía paginas de política, sucesos, cultura y sociedad. Habló de feminismo y de perspectiva de género para un público amplio antes que nadie y fue la primera estrella moderna de nuestra televisión. Todas las cadenas pujaron por hacerse con ella. Con su marcha, perdemos a un referente de la comunicación y se apaga una parte de nuestra memoria compartida. Yo, además, echaré de menos su risa. Sobre todo, cuando se enfadaba: “Eres un HDP, Pliego”.