El nuevo invitado de esta semana del programa de Bertín Osborne, ‘En tu casa o en la mía’, ha sido una persona con las que se nota que tiene un gran feeling. El torero Manuel Díaz, ‘El Cordobés’, los invitó, a él y a Fabiola, a pasar un día en su preciosa finca, donde su familia vive.
El diestro es feliz haciendo su vida en el campo, alejado de la ciudad y volcado en sus hijos y su esposa, Virginia Troconis, que comparte nacionalidad con la pareja de Bertín. Entre vacas han hecho su hogar, y Benítez reconoce que sus hijos son auténticos niños de campo. “Cuando los llevo a Sevilla se van chocando con las papeleras”, se reía Manuel.
Todos viven en una finca que él compró en 1993 cuando despuntaba como torero, oficio que le viene heredado de su padre, Manuel Benítez, y no porque este le inculcara el amor al toro, ya que jamás ha querido sentarse a discutir con él sobre su paternidad, sino que Díaz lo hizo para llamar su atención, para estar más cerca del hombre que nunca lo ha querido reconocer como hijo propio. “Yo me hice torero para llamar su atención. Quería ser como él. Yo lo idolatro y quería repetir su historia para así entenderlo mejor”, le contó a Bertín.
Él no reniega de su pasado. Su familia en ningún momento le ocultó su procedencia y quién era su padre. Es más, su abuela, a todo aquel que entraba en la tintorería que regentaba, le contaba quién era el padre de la criatura. Así, imitando los pases de su progenitor, aquel que no quiso saber nada de él desde el principio, se ganó sus primeros durillos. Los clientes le daban uno cuando lo veían manejar un trapo como si fuera un capote, dinero que él después espachurraba comprando chucherías.
A pesar de la ausencia de su padre, Díaz asegura que tuvo una infancia maravillosa. “Fui un malcriado eterno por mi abuela Dolores. Era un niño muy feliz y juguetón”. Aunque, reconoce, que es ahora cuando nota la ausencia que le provocó crecer sin un padre. “A mí nunca se me ocultó mi verdad. Para mí nunca fue ningún trauma. Pero esas ausencias las notas ahora. Cuando eres más joven no lo echas en falta”. “Esa vida que yo he vivido es muy complicada. Muy dura. Ese vacío que yo tengo en mi alma…”, un vacío que, nada le gustaría más en el mundo que subsanarlo con un encuentro con Benítez, “así mi madre se podría morir tranquila”, aunque está convencido que dicha reunión no se producirá jamás.
Ahora ve la vida de otra manera, se alegra de ser un buen padre para sus hijos, y, sobre todo, de que ellos no vayan a pasar por todo con lo que ha tenido que lidiar desde que es niño.
Manuel es ahora un hombre feliz, aunque no pueda evitar sentir nostalgia por aquello que pudo ser y jamás será.