Dicen que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición. Hasta el punto que, en según qué parejas, los enamorados llegan a mimetizar sus hábitos de tal manera que acaban teniendo rutinas clónicas. Por ejemplo, Mario Vargas Llosa ha transmitido su devoción por la clínica Buchinguer a Isabel Preysler, un amor que ha acabado impregnando hasta a la hija de esta, Tamara Falcó.
En 2017, esta 'modern family' recurrió a la clínica para perder peso para ponerse a punto para el nuevo curso, y, en 2018, Tamara Falcó seguirá el mismo camino. La diseñadora cree que aún tiene que adelgazar algunos kilos que ganó hace un año por un problema de tiroides.
Según La Otra Crónica, Tamara se dejará ver en agosto por Marbella y ahí se pondrá en las manos de nutricionistas y expertos en metabolismo para regresar a su figura del 2016. La que un día soñó con ser monja, se ha convertido en una fan (casi) tan acérrima como Vargas Llosa, que lleva AÑOS acudiendo cada verano. Antes le acompañaba su exmujer, Patricia, la misma que el año pasado también se dejó caer por la Bunchinguer, y que, al saber que acudiría el escritor y la familia Preysler, cogió el portante.
Vargas Llosa es asiduo a las caminatas tempranas que desde el centro se promueven. Más de una hora de paseo por la naturaleza, para empezar el día vigorizados, depurados y llenos de energía. A la actividad física moderada hay que añadir el plan de comidas. Escaso. Porque una de las principales pautas que se promueve desde la clínica son los ayunos. Mientras que el escritor es mucho más marcial en estos días, Isabel se los toma con más calma. Ella prefiere los masajes, el yoga, la piscina y tomar el sol. A eso sí que nos apuntamos sin pensarlo.