Isabel Preysler (72 años) e Íñigo Onieva (33 años) son la noche y el día en multitud de cuestiones. En gustos, aficiones, gestión de su imagen pública… coinciden en el amor a Tamara Falcó (41 años), pero poco más. Los ahora suegra y yerno podrían suma una diferencia más a su incontable lista, la manera de enfrentarse al mismo marquesado. Los dos, con tres décadas de diferencia, han ejercido de marqueses (consortes) de Griñón. Pero, eso sí, el resultado podría ser muy desigual…
Íñigo Onieva, que se encuentra en pleno viaje de luna de miel junto a Tamara Falcó, aún no se ha planteado cómo gestionará esta cuestión. O, al menos así se lo confesó a la revista ¡Hola! hace un par de semanas, “no lo tengo interiorizado, ni creo que lo haga a corto plazo”. Tras su boda con la VI marquesa de Griñón, este también llevará el título nobiliario, uno de los grandes orgullosos de su mujer. Y es que Tamara está feliz ostentando el mismo marquesado que su padre. Quizás, por esto mismo, a la hora de dejar su herencia, Carlos Falcó quiso que la más pizpireta de sus hijas se llevara este honor, a sabiendas de que a ella le haría una enorme ilusión. Y no se equivocó un ápice.
Desde que apareció en el BOE, Tamara Falcó no ha parado (ni ha querido parar) de presumir de título. ¡Hasta tuvo un reality bajo este nombre! La recién casada lo disfruta. Para ella, ser marquesa “es algo que me ha dejado mi padre y que me hace mucha ilusión tener, porque es algo que viene de mi familia”, dijo en ‘El Hormiguero’. El título data de 1862, cuando la reina Isabel II concedió este título nobiliario a María Cristina Fernández de Córdoba y Álvarez de las Asturias-Bohorques. Este fue pasando de generación en generación, hasta llegar al abuelo de Carlos Falcó, y él se convirtió en el quinto marqués de Griñón.
Si Íñigo Onieva se deja contagiar de esa pasión furibunda que Tamara Falcó siente por su título; lo llevará por bandera, no obstante, aunque el joven empresario está muy bien relacionado, a la hora de moverse por según qué círculos, aún sigue siendo interesante la armadura nobiliaria. Y ahora que está en pleno momento de búsqueda de inversores para su próximo proyecto, actualizar el mítico Café Gijón, un marquesado nunca está de mas…
La pasión de unos, contra la pasividad de Isabel Preysler
“Ser marquesa no tiene nada que ver con lo que se ve en las películas”, dijo Tamara Falcó a El País el año pasado. Y, en esto su madre le da toda la razón. Cuando Isabel Preylser se convirtió en marquesa de Griñón en 1980 por su matrimonio con Carlos, a ella le dio exactamente igual. Se quedó como estaba. No le prestó ni el más mínimo interés.
“Isabel Preysler, a diferencia de lo que hacía Jesús Aguirre, duque de Alba, que en todas sus pertenencias figuraba el escudo de la Casa, solo llegó a encargar que en sus sobres y papel de cartas de color azul figurara impresa una pequeña corona, signo del marquesado de su marido”, escribió Paloma Barrientos en Vanitatis. “Nunca utilizó el título en su vida personal y parece que esta decisión no gustaba a Carlos Falcó”. Él, como su hija Tamara, disfrutaba de este rango concedido en el siglo XIX. Sin embargo, para Isabel esto no tenía ninguna importancia, al menos para ella, que sabía que lo mismo que lo había obtenido, lo perdería; ya que no pertenecía a su familia, sino al de su marido. En el momento en el que se acabase el matrimonio, se acabaría la distinción. Y así fue.
Fue marquesa durante cinco años y nunca tuvo la necesidad de usar su título nobiliario. Isabel Preysler escogió ser marquesa de sí misma. Y, cuando una posibilidad de volver a ser marquesa, mientras estuvo con Mario Vargas Llosa, también lo volvió a esquivar.