El martes había estado en la fiesta Flower Power de Ibiza en compañía del diseñador Valentino, y el miércoles, la actriz Anne Hathaway tenía por delante un estupendo día de mar y playa. Y lo aprovechó al máximo.
Como es habitual en el mundillo famosil, lo primero que tenían que hacer ella y su marido, Adam Shulman, era conseguir una embarcación con la que recorrer calitas y disfrutar del Mediterráneo tranquilos, que para ir a clavar la sombrilla a primera hora de la mañana ya están el resto de los veraneantes anónimos. Eso sí, a Anne hay que reconocerle que ha sido de lo más discreta a la hora de pasearse en barco (es más que probable que este fuera de su amigo Valentino, de ahí la bandera italiana que se izaba orgullosa en el exterior del yate), no como Mariah Carey que resulta excesiva hasta para pasar los días de estío.
La última Catwoman se dejó ver con un biquini con estampado de hojas, un modelo de lo más tropical, que contrastaba con la blanca piel de la actriz. Nadó, se abrazó a su chico y buceó. Ni las gafas ni el tubo le faltaron. Disfrutó del mar al máximo y cuando ya se empezó a arrugar, volvió a su yate, donde la esperaban unos amigos.
Hathaway fue consciente en todo momento de que estaba siendo el objetivo de fotógrafos, por lo que, en cuanto puso un pie en la cubierta, los saludó efusivamente con los dos brazos. Después, tras haberse dado un baño y sabiendo que los paparazzis acechaban, se las ingenió para que no pudieran capturar una foto de su cuerpazo en biquini. En el barco, a pie de la escalerilla, la esperaba alguien con una toalla que se envolvió de manera rápida y hábil. Ahora que, si nosotros fuéramos ella, dejaríamos el pudor a un lado, y nos dedicaríamos a ir enseñando lo que la genética y nuestro entrenador personal nos habían garantizado.
Atentos a la maniobra Hathaway: