Este 20 de noviembre marca el décimo aniversario de la muerte de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, que llegó a ser la aristócrata más famosa y admirada del mundo —poseía 46 títulos nobiliarios y 14 grandezas de España— y siempre vivió volcada en el arte, la cultura, la actividad benéfica y social. Nacida en 1926 en un palacio, el de Liria en Madrid, la Duquesa de Alba tuvo como padrinos de bautismo a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, y pasó su juventud viajando de un país a otro —su padre fue embajador en Londres—. Con veinte años se casó con Luis Martínez de Irujo, miembro de una familia de la nobleza española y padre de sus seis hijos —Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y Eugenia—, a los que educó con severidad.
Ella misma fue la artífice de la reconstrucción del Palacio de Liria, arrasado por los bombardeos durante la Guerra Civil, y de la recuperación de todo su patrimonio artístico, disperso con motivo del conflicto bélico. "Tardé ocho años en terminar las obras. Pero valió la pena", aseguró una vez la propia duquesa, quien en 1975 creó una fundación para proteger el patrimonio de su familia —que, entre otras cosas, incluía el palacio de Liria, el de Las Dueñas en Sevilla, el de Monterrey en Salamanca, y un buen puñado de obras de arte de valor incalculable—.
Gracias a sus esfuerzos, tal y como apunta la periodista Ana Polo, autora de un nuevo libro titulado 'Cayetana. Duquesa de Alba', la madrileña fue una de las mujeres que más hizo por abrir España en los años cincuenta y sesenta a los aires europeos: "Se empeñó en atraer a los mejores artistas y diseñadores, en defender a pintores entonces proscritos como Picasso y en promocionar una imagen del país dinámica y llena de elegancia y talento que poco tenía ver con aquella España gris sometida por el franquismo. También fue una mujer increíblemente profesional, eficiente y políticamente astuta que cambió la manera de entender las obras de beneficencia en nuestro país y que contribuyó, más de lo que se le ha reconocido jamás, a traer de vuelta a la Corona tras años de exilio, un rol que hasta ahora no se había ni estudiado ni publicitado como debiera".
La propia Cayetana comentaba cada vez que tenía ocasión que la monarquía en España era "el mejor modo de Gobierno", porque el nuestro es un país muy difícil. "Su padre ya era uno de los mejores amigos del rey Alfonso XIII, y Cayetana fue como una hija para la esposa de este, la reina Victoria Eugenia", explica Polo. "Luego, además, apoyó muchísimo también al rey Juan Carlos. De hecho, cuando él se casó con Sofía de Grecia, Cayetana viajó hasta Atenas para explicarle a la reina todo el protocolo español, cómo se llevaba la mantilla,... Y además, junto a Valls-Taberner [presidente del Banco Popular], Cayetana empezó a pedir donaciones a las grandes fortunas de España para poder ayudar económicamente a los reyes, quienes no tenían nada cuando llegaron a nuestro país, y así reunieron hasta diez millones de pesetas".
Tras la muerte de su marido Luis en 1972, Cayetana se sumió en una fuerte depresión de la que le costaría mucho esfuerzo salir. Dicen que solo salió de las tinieblas tras conocer a Jesús Aguirre, ex sacerdote jesuita próximo al PSOE de Felipe González, en aquel momento al frente de la Dirección General de Música, con quien se casó en 1978. “Hay gente que no me perdona que me haya casado con un hombre inteligente. Pero somos muy felices juntos. No necesitamos a nadie más. Las fiestas me aburren, prefiero hablar con Jesús y escuchar música”, aseguró entonces una mujer culta e inteligente que nunca perdió la naturalidad que la caracterizaba.
"La verdad es que no me gustan las joyas buenas, las detesto, solo tengo las del patrimonio", comentó también una vez. "Y prefiero la ropa informal, divertida, me compro muchas cosas en El Corte Inglés. Yo siempre he sido un poco hippy. No me gusta la sociedad, salir con gente que quiera enseñarme a los demás. Pero, claro, soy consciente de que tengo que ser muy prudente, de que hay ciertas cosas que no me puedo permitir por respeto a mi nombre, a mis hijos y a mi Casa".
Desavenencias familiares
Jesús falleció en 2001 de cáncer de laringe. Y en 2011, solo unos meses antes de su boda con su tercer marido, un funcionario de la Seguridad Social llamado Alfonso Díez, Cayetana repartió por adelantado entre sus seis hijos su patrimonio personal, que entre otras cosas incluía varias mansiones y fincas rústicas repartidas por distintas partes del país. Tres años más tarde, concretamente el 20 de noviembre de 2014, la Duquesa cerró los ojos a la vida en su querida Sevilla.
Su muerte puso fin a aquella aparente unidad familiar que mantenía el clan Martínez de Irujo. De hecho, tan solo un mes después del fallecimiento, su primogénito Carlos Fitz-James Stuart, actual duque de Alba, le pidió a su hermano Cayetano que abandonara Liria, donde el susodicho vivía y trabajaba por expreso encargo de su madre.
“Yo fui el artífice de la donación en vida que hizo mi madre, siguiendo el consejo del expresidente Felipe González”, explicaría luego Cayetano Martínez de Irujo, IV duque de Arjona y XIV conde de Salvatierra, Grande de España. “Su gran ilusión era casarse y disfrutar tranquilamente de sus últimos años de vida. Para eso, yo la convencí de que hiciera el reparto de la herencia legítima. Ninguno de los hermanos protestó. Todos aceptaron. Gracias a esa operación, somos la única familia aristocrática que ha traído todo su patrimonio al siglo XXI. Si no se hubiera hecho, hoy, nueve años después, seguiríamos peleando”.
Mucho patrimonio, pero poca liquidez
Según algunas fuentes, Cayetana escribió una carta en la que pedía a sus hijos que trabajaran juntos por el futuro de la Casa de Alba. Luis María Ansón comentó que, en este mismo documento, la duquesa confirmó a sus vástagos "su decisión en favor de que Cayetano tomase las riendas de una Casa acosada por los desequilibrios económicos y por los latrocinios de algunos de sus administradores y empleados. Cayetano se entregó en cuerpo y alma a resanar la Casa de Alba. Trabajó de sol a sol con inteligencia y prudencia. Su madre, la duquesa Cayetana, quería por igual a sus seis hijos, pero tenía una especial complicidad con Cayetano y los ojos siempre puestos en Eugenia, que ha sido un ejemplo permanente de simpatía y alegría".
Pero es evidente que cada uno de sus retoños se ha ido por su lado. Carlos Fitz-James Stuart, por ejemplo, decidió abrir al público las puertas de los palacios de Dueñas, Monterrey y Liria, en contra del deseo de algunos de sus hermanos, para hacer caja. "Cuando yo heredé la Casa y llegué al poder, me encontré una deuda muy grande que hay que equilibrar", explicó él mismo al respecto. "Yo tengo aquí 50 nóminas al mes que hay que pagar. Así que tuve que coger el toro por los cuernos. Esta Casa nunca ha tenido ayuda de nadie, jamás hemos tenido ayuda de ningún organismo público…, tampoco la hemos pedido…, pero tampoco nadie la ha ofrecido”.
A pesar de las dificultades, Polo opina que el discreto primogénito de Cayetana está haciendo un buen trabajo al frente de una Casa cuyo patrimonio está tasado en 3.000 millones de euros. "Tengo muchas esperanzas en sus hijos, Fernando y Carlos", apostilla la autora. "Pienso que, de la misma forma que Cayetana consiguió redefinir el papel de la aristocracia en el siglo XX, Fernando y Carlos harán lo propio con respecto al siglo XXI. Están encontrando un equilibro muy bueno entre lo que es la apertura y la exigencia que requiere un legado de 500 años. Hay que tener en cuenta que muchas casas aristocráticas han caído y que ellos, en cambio, se están adaptando bastante bien. Siguen siendo los Alba. Cada vez quedan menos referentes de familias aristocráticas, tanto españolas como europeas, que realmente estén haciendo honor a lo que supone ser aristócrata".