Si pensaba que entrar a la cárcel era la peor situación a la que se podía enfrentar, Iñaki Urdangarin no tenía ni la menor idea en que cuando empezaba a ver la luz al final del túnel y disfrutar de sus primeros permisos penitenciarios el COVID-19 le obligase a estar en la más triste soledad durante un tiempo indefinido.
Las cárceles españolas ponían en marcha a mediados de marzo una serie de drásticas medidas para evitar que el virus se extendiera entre los presos, entre ellas prohibir cualquier tipo de visita y cancelar las salidas como por ejemplo el voluntariado que el marido de la infanta Cristina hacía tres veces a la semana en el Hogar Don Orione.
Sin ver a ningún ser querido durante más de dos meses, Iñaki se está enfrentando a uno de los momentos más críticos de su estancia en la cárcel de Brieva. La única conexión que posee con el exterior son una serie de llamadas telefónicas que si se han ampliado para compensar la ausencia de visitas.
Por el momento, no hay fecha oficial para que los presos puedan recuperar su actividad habitual. Bien es cierto que la familia del ex duque de Palma reside en Vitoria por lo que habría que esperar, mínimo, hasta finales de junio y que todo vaya según lo programado por el gobierno para que esté permitido viajar entre provincias.
A más de 1.400 km se encuentra su mujer, la infanta Cristina, quien tampoco lo está pasando nada bien. Con la exclusiva compañía de sus hijos pequeños, está especialmente preocupada por la situación en España no solo por su marido sino por sus hijos mayores, uno en Madrid y otro en Francia, y sus padres, confinados en el palacio de la Zarzuela desde el primer día.