Pilar Eyre se sincera para Lecturas: "Corinna seguía el mismo protocolo que la reina Sofía, si quería ir de compras se telefoneaba a la tienda para que la cerraran"

Durante ocho años ella fue una reina en la sombra que dominó con mano de hierro a Juan Carlos, que le llegó a pedir matrimonio

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

Corinna Larsen
GTRES

Don Juan Carlos se va a Madrid y usted y su hijo, princesa, pueden irse a la mierda”. Así, con estas rotundas palabras, en abril del año 2012, un desesperado miembro del CNI que había traído al rey desde Bostwana con la cadera rota y preveía profundas complicaciones, puso fin a la estancia de Corinna en España que había durado ocho años. La princesa –así la llamaba todo el mundo– fue embarcada rumbo a Suiza a empujones como si fuera una delincuente con su hijo de diez años en brazos, sollozando, y no se le permitió ni recoger un cepillo de dientes en la Angorrilla, la casa que compartía con el rey.

La situación era tremendamente injusta, porque el avión en el que viajaron desde Bostwana lo había pagado Philip Atkins, el exmarido de Corina, que también los acompañó. Fueron ocho años en los que Corinna dominó con mano de hierro al jefe de estado y fue una especie de reina en la sombra. “Tengo el cerebro de un hombre en un cuerpo de mujer”, decía ella misma, y esta combinación volvió loco a Juan Carlos, desde que la conoció en febrero de 2004 en la finca andaluza del duque de Westminster.

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Lecturas

Con los años el rey se había convertido en una especie de bohemio de lujo, viajaba mucho, pasaba casi toda la semana cazando en fincas de amigos y solo iba a Madrid para despachar asuntos oficiales. Su hijo estaba a punto de casarse con una periodista llamada Letizia, con su mujer no se hablaba y su relación con Marta era apacible y aburrida. Esa mujer sexy y rubia, con un jersey marrón de cuello alto y pantalón de cuero, lo atrajo inmediatamente. Se pusieron a hablar de caza y dos días después consumaron su unión.

A partir de ahí las ansias de Juan Carlos por Corinna se volvieron insaciables, le enviaba ramos de flores a la misma hora en que se habían conocido, le escribía cartas a mano llenas de palabras de amor, la llamaba veinte, treinta veces al día, “qué haces” “te echo a faltar” y después “mañana voy a verte”… Se le ocurrió que, si Corinna organizaba el viaje de novios del príncipe y Letizia, tendría una excusa para entrar en Zarzuela.

Ella le pregunto por Sofía y el rey contestó, “no te preocupes, no se entera de nada”. Pero sí se enteró. La llamaron sus primos alemanes y le dijeron que Juanito fuera con cuidado porque Corinna era una vampiresa sin escrúpulos. Y a partir de ahí la reina entraba sin avisar en el despacho, intentaba sondear a sus amigos, la convivencia se volvió infernal, y entonces fue cuando Juan Carlos decidió arreglar la Angorilla para que se instalasen Corinna y su hijo Alexander, un niño listo y simpático que le robó el corazón.

Una más en la familia

Y Juan Carlos empezó a estar más tiempo en la Angorilla que en su propia casa. ¡Hasta la Nochebuena la pasaban juntos, después de cumplir con la familia oficial! Hacían barbacoas en el jardín, citaba allí a sus amigos, le regaló una moto al niño y le enseñó a manejarla. Alexander empezó a llamarlo papá. Corinna tenía la misma escolta que la reina y seguían el mismo protocolo, si quería ir de compras se telefoneaba a la tienda para que la cerraran. El servicio la llamaba la señora del pabellón, en los países árabes creían que era la segunda esposa y en 2006 llegó a compartir avión con Sofía en un viaje a Arabia Saudí.

Corinna Larsen
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Un empresario catalán me contó que “nos extrañó la presencia de la reina y la princesa, pero después pensamos que debía ser una situación habitual y nos sentimos muy paletos por sorprendernos”. Dos meses después se entregaron los premios Laureus en Barcelona presididos por el rey, con Corinna a su lado como anfitriona. Allí, Felipe y Letizia la trataron como a alguien de la familia, Cristina y Urdangarin le hicieron la pelota, ya que el duque le había pedido trabajo, todos besaron al pequeño Alexander y Corinna se debió sentir como la verdadera reina de España.

Al año siguiente también se fotografió con la infanta Pilar, la hermana del rey, y con Irene, la hermana de la reina. Una amiga, patrona de una fundación, me contó que en una comida “el rey estaba pendiente de ella, a cada cosa que le decíamos nos contestaba: ‘Consultad a la princesa’, ella le servía su whisky, pedía los platos por él… Él la miraba con embeleso y no me extraña, es muy guapa y además tiene el andar juvenil y resuelto, y olía muy bien ¡Me quedé con las ganas de preguntarle qué perfume usaba!”...

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