Infidelidades, sufrimiento y una amarga agonía: Silvia de Suecia y la reina Sofía, dos vidas paralelas llenas de sacrifico

La clausura de los Juegos Olímpicos de París reunió a la reina Sofía y a la reina Silvia de Suecia, amigas y sufridoras con una historia casi idéntica

JC
José Confuso

Director digital de Lecturas

DL u562998

A lo largo del matrimonio de Carlos Gustavo y Silvia de Suecia los rumores -y no tan rumores- sobre infidelidades han sido constantes. La sombra de la deslealtad ha sobrevolado una de las relaciones más longevas de la realeza europea. Actrices, cantantes, libros escandalosos, disculpas públicas y crisis que llegaron a hacer temblar los cimientos de la Casa Real sueca. ¿No resulta algo familiar? La ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de París hacía que la reina Silvia se sentase justo al lado de la reina Sofía.

Ambas departían amablemente, se prestaban los prismáticos y compartían confidencias. No en vano, se conocen desde hace muchas décadas. Sus vidas, aunque muy distintas en el inicio, han trasncurrido por caminos casi paralelos. Si bien la reina Sofía veía de una familia reinante, criada para ser princesa, mientras que Silvia era azafata cuando conoció al que sería su marido, lo suyo no ha sido tan distinto como podría pensarse.

Dos reinas que han puesto la Corona por delante de todo. Dos mujeres que han vivido a la sombra de sus maridos y sus infidelidades. Los vestigios de una forma de entender la monarquía que ya no practica la nueva hornada de reyes y reinas.

Silvia de Suecia, a la sombra del escándalo constante

Aunque ahora, a los 80 años, ya todo está más calmado, la vida de Silvia de Suecia no ha sido nada apacible. La todavía reina se ha visto envuelta en multitud de escándalos que han tenido como protagonista a su marido. El pasado de Carlos Gustavo de Suecia ha estado plagado de rumores, especulaciones e infidelidades. Han sido varios los libros que, a lo largo de su reinado, han desgranado el currículum sentimental del monarca donde lo de menos era su propia esposa.

En un momento social como el que vivía España con el rey Juan Carlos, pocos eran los que se atrevían a publicar nada sobre la vida privada de los reyes de Suecia. La Corona estaba por encima de todo y también la estabilidad del país. Hasta que en la década de los 70, una monografía sobre el rey Carlos Gustavo puso negro sobre blanco lo que se llevaba tiempo rumoreando. El rey había frecuentado la compañía de no pocas mujeres durante su matrimonio con Silvia de Suecia. Algunas especialmente conocidas por el público como la cantante Camilla Henemark. Acorralado por el escándalo, Carlos Gustavo tuvo que salir al paso.

En un mensaje que recuerda poderosamente al que emitió el rey Juan Carlos tras su accidente en Botsuana, el rey de Suecia afirmó no haber leído el libro. “He hablado con mi familia y con la reina. Pasamos página y miramos adelante porque, tal como lo entiendo, estos asuntos ocurrieron hace mucho tiempo”, explicó en unas disculpas que pocos entendieron de otra forma. No fue el final, desde luego. Más bien fue el principio.

A partir de entonces, los rumores de romances del rey salieron sin parar. Se llegó a afirmar que Carlos Gustavo tenía cierta afición a frecuentar clubs poco recomendables para un rey. También que fue víctima de chantajes por las fotografías que se hubiesen podido tomar en los citados clubs. Una serie de escándalos que rodeaban a la monarquía. Esta, no obstante, se mantenía fuerte. Posiblemente gracias al papel de Silvia de Suecia.

Dos historias casi paralelas

También la crisis hizo acto de presencia en el matrimonio de Carlos Gustavo y Silvia de Suecia. Aunque nadie pensó que llegarían a separarse, al menos de derecho, sí abrió la veda a una realidad que los ciudadanos no habían conocido. Algo muy parecido a lo que pasó en España con los reyes Juan Carlos y Sofía. Detrás de esa imagen de familia idílica que vendían en sus apariciones se encontraba un matrimonio roto, una relación compleja con los hijos y una serie de infidelidades de las que no queda ya duda.

La reina Sofía, en uno de esos episodios, puede que fuese el primero, recogió sus cosas y se marchó a casa de su madre, la reina Federica, en la India. Estaba dispuesta a dejarlo todo. Su madre le hizo entrar en razón y volvió a España. Ser reina estaba por encima de todo, incluso de su felicidad. A partir de entonces, el matrimonio de los reyes fue algo más institucional que personal. En el currículum de Juan Carlos, como en el de Carlos Gustavo, un sinfín de nombres.

El tiempo ha hecho que los caminos de ambas sí discurran de una forma algo distinta. Mientras los escándalos financieros del rey emérito precipitaban su abdicación y el ascenso al trono del rey Felipe, en Suecia todo continúa como siempre. La princesa Victoria espera su turno para ser reina mientras su padre no parece tener intención de dejar su puesto. Claro que lo mismo decía la reina Margarita de Dinamarca hasta que no vio más remedio.

Las nuevas reinas empoderadas

El modelo de monarquía que ejemplifican la reina Sofía y la reina Silvia de Suecia ya no existe. La nueva hornada de reinas no está dispuesta a pasar por estas vivencias. La institución es importante, sí, pero también la imagen que se ofrece y el ejemplo que se da. Se terminaron los matrimonios que soportan el paso del tiempo tan solo por el qué dirán. Si bien un divorcio real no es algo habitual ni sencillo -basta pensar en las capitulaciones matrimoniales que se firman antes-, tampoco lo es vivir con una realidad idílica que no es tal.

Todos los matrimonios de casas reinantes de la actualidad han vivido sus crisis. Comenzando por los reyes Felipe y Letizia y pasando por los príncipes Alberto y Charlene o los reyes Federico y Mary de Dinamarca. Rumores, más o menos ciertos, que apuntaban a que la relación había terminado. Finalmente, no ha sido así. ¿Estamos ya preparados para un rey o una reina divorciados? La sociedad ha avanzado mucho más de lo que se piensa. A estas alturas, aquel cese temporal de la convivencia de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, que dura a día de hoy, resulta más ridículo que otra cosa. Ya no estamos ahí.