La muerte de Felipe de Edimburgo el pasado 9 de abril a los 99 años dejó conmocionados a los miembros de la casa real británica, quienes desde entonces han intentado llegar el terrible vacío que dejó en sus vidas el duque de Edimburgo. En especial, todos se han volcado en la reina Isabel II, quien ahora hace frente a su primera Navidad en solitaria.
Tras una larga vida, el duque de Edimburgo dejó bien escrito cuáles eran sus últimos deseos antes de morir. Unas últimas voluntades que ahora se han hecho públicas, aunque tan solo en parte. Según se publicó el pasado septiembre, el príncipe Felipe deseaba que su testamento no saliera a la luz para proteger la “dignidad” de Isabel II y de los “miembros cercanos de su familia”. Así, seguirá la tradición que desde hacen más de un siglo adoptan los miembros de alto rango de la familia real británica.
Según explicó el juez del Tribunal Superior Sir Andres MacFarlane el pasado septiembre, “la cantidad de publicidad y de conjeturas que la publicación (del testamento) podría llegar a atraer sería inmensa y del todo contraria al objetivo de mantener la dignidad de la soberana y de los miembros cercanos a la familia”. Por ello, “resulta apropiado tener una práctica especial con respecto a los deseos reales”.
Para cumplir con su última voluntad, el pasado mes de septiembre el Tribunal Superior de Reino Unido dictaminó que se sellara el testamento de Felipe de Edimburgo y se guardara dentro de una caja fuerte secreta en Londres junto con los de otros 32 miembros de lato rango de la Familia Real, que se remonta al príncipe Francisco de Teck en 1911.
El testamento, que se encuentra en la caja fuerte a cargo del juez del Tribunal Superior Sir Andres MacFarlane en los Tribunales Relaes de Justicia, permanecerá sellado durante los próximo 90 años y se nombrará a un albacea para administrar el patrimonio.