Cuando el cuerpo sin vida del pontífice pasó por delante, doña Sofía se postró ante él. Le conducían a su última morada y la Reina española, en 2005, realizó el mayor gesto de respeto y de admiración. Su marido, Juan Carlos I, la siguió de inmediato.
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005 y seis días más tarde se celebraron sus exequias con todos los honores destinados a una persona de esta posición. Hasta la Ciudad del Vaticano se trasladaron jefes de Estado, gobernadores y personalidades de la política para despedir al santo padre. Los Reyes españoles, por supuesto, estaban entre estos, ocupando un destacadísimo puesto en la despedida a Karol Wojtyła.
La flexión de Sofía
Sofía es muy creyente; aunque, lo cierto, es que en ella conviven varios credos y religiones. Detalles de la fe católica, mezclada con la ortodoxa y pequeñas pinceladas del hinduismo heredado por herencia materna. Es una mujer mística en el más amplio sentido de la palabra.
Toda esta amalgama de diferentes religiones conviven en paz en ella, y siempre ha mostrado interés en conocer más sobre las mismas, de ahí que sus encuentros con figuras destacadas de cada una de estas iglesias hayan sido determinantes para ella. Acercarse al papa Juan Pablo II, para ella, fue un verdadero privilegio; y así lo hizo saber cuando realizó su flexión ante él, otorgándole una jerarquía superior y mostrándose a su servicio. El mayor gesto de entrega que uno puede realizar.
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En esa jornada, y en tantas otras, Sofía fue extremadamente protocolaria. De hecho, es algo que siempre ha caracterizado a la anterior consorte; quien ha respetado al máximo las estrictas reglas a las que una reina debe obedecer. Ya se lo dijo su marido a Bárbara Rey, “Sofía es muy profesional”.
El protocolo de los saludos
Y basándose en este protocolo, la emérita sabe muy bien cómo y cuándo saludar. Ese día, por ejemplo, esperó a que monarquías como la Jordana se acercaran a saludarla. Ni Sofía ni Juan Carlos se movieron de su lugar asignado en primera fila hasta que Rania y Abdalá, finalmente, se acercaron a prestarles sus respetos. Los españoles se mostraron cómplices con la Reina de Dinamarca, sentada en la misma bancada, así como con los noruegos, Harald y Sonia, y los suecos, Carlos Gustavo y Silvia.
Aquel día de abril, la madre de Felipe VI escogió el negro, la mantilla y la peineta. El combo doliente destinado para estas ocasiones. El resto de consortes y mujeres asistentes siguieron sus mismos pasos. Alguna, por tradición, prefirió un sombrero que la muy española peina. Es el caso de Margarita, la reina danesa. El luto es el mismo, pero, después, cada Casa Real lo aplica según sus constructos culturales.
Perlas, la joya de las lágrimas
Para las joyas, doña Sofía lo pareció tener claro: perlas. Esta piedra, que tiene su origen en el mar, durante años estuvo asociada a las lágrimas, así que no es de extrañar que sean las alhajas preferidas para entierros y funerales. La Reina las llevó tanto en el collar, como en los pendientes (uno de sus favoritos, con brillantes rodeando la pieza y simulando una gran flor) y en los anillos.
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Esta ‘tradición’ ha acabado siendo heredada por la actual consorte. En las despedidas, Letizia también acostumbra a decantarse por perlas, algunas sacas directamente del joyero real, las llamadas ‘joyas de pasar’. Lo hemos visto cuando fue a firmar en el libro de condolencias con motivo de la muerte del papa Francisco, como también en los sepelios de los primos Gómez-Acebo, fallecidos el pasado año.
En representación a España, además de Juan Carlos y Sofía, acudió el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y Mariano Rajoy, líder de la oposición, así como el Ministro del Exterior, Miguel Ángel Moratinos. No hubo ni rastro, eso sí, de los entonces príncipes de Asturias.
Letizia y Felipe todavía no habían cumplido su primer aniversario de bodas y no acompañaron a la comitiva. Si el jefe de Estado o su esposa no hubieran podido participar, bien por indisposición o por incompatibilidad de agenda, estos habrían sido los sustitutos oficiales. Y es que su presencia es obligada para seguir manteniendo las buenas relaciones con el Vaticano.
Por tanto, la ausencia de estos estuvo más que justificada. En ningún momento se les requirió y ahora, 20 años más tarde, ha llegado su turno. Ahora son ellos los que tienen que visitar la plaza de San Pedro y despedirse del ‘papa humilde’. Y una vez más, las miradas se dirigirán a los reyes que, en lugar de recibir genuflexiones, serán ellos quienes se postren ante el, considerado, rey espiritual.