Nunca fue Charlene de Mónaco la alegría de la huerta. Al menos desde que empezó a salir con Alberto II, con el que se casó en el patio del palacio Grimaldi en julio de 2011. Ojo, que razones no le faltaban a la mujer para llegar a ser apodada como la princesa triste. Por un lado están esos incesantes rumores que apuntan a que nunca ha tenido una relación demasiado cercana con las hermanas de su esposo, especialmente con Carolina de Mónaco. O esos otros que aseguran que lo suyo con el príncipe soberano de Mónaco obedece más a un acuerdo de despacho que a una historia de amor romántico.
“Él eligió una esposa que se parecía a su madre, y Charlene claramente se sintió muy incómoda en este papel de Grace Kelly que querían que interpretara”, apuntó una vez el escritor Philippe Delorme. Ya varias semanas antes de celebrar su boda, la revista francesa 'L’Express' publicó que la que en su día fuera nadadora olímpica en representación de Sudáfrica había intentado huir del principado después de descubrir que Alberto tenía un tercer hijo ilegítimo, aunque la Casa Grimaldi se lo impidió para evitar escándalos.
Se llegó a decir que Charlene, que el pasado 25 de enero cumplió 46 años, pidió a su marido una prueba de ADN para asegurarse de que el susodicho no tenía en ese momento más hijos extramatrimoniales que Jazmin Grace, fruto de la aventura entre el príncipe y una camarera llamada Tamara Rotolo, y Alexandre Eric Stéphane, al que concibió en 2003, durante un escarceo con la azafata francotogolesa Nicole Coste (ninguna de las dos criaturas tiene derechos de sucesión al trono).
Luz al final del túnel
En 2022, la princesa retomó sus apariciones en Mónaco después de haber pasado 16 meses de baja por "agotamiento emocional y físico". Las revistas publicaron que cayó enferma en mayo de 2021, mientras trabajaba en un proyecto medioambiental para la conservación de los rinocerontes en Sudáfrica, y lo cierto es que estuvo la mayor parte de ese año en su país natal, algo que volvió a disparar los rumores de crisis matrimonial. En una entrevista con ‘Corriere della Sera’, Alberto afirmó no entender “todos estos rumores que me hieren", al tiempo que dijo que su esposa le "apoya" en el liderazgo del Principado, aunque ellos no estén "las 24 horas del día pegados el uno al otro”.
Maledicencias aparte, lo cierto es que de un tiempo a esta parte se ve a Charlene algo más sonriente. Seguramente influya en ese hecho que ya está recuperada de sus problemas de salud y que prácticamente todo su círculo más cercano vive hoy en Mónaco. El primero en instalarse allí, al poco de celebrarse el bodorrio real, fue su hermano menor Gareth Wittstock. El informático sudafricano, padrino de su sobrina Gabriella de Mónaco, nunca ha ocultado su gusto por la vida social y no es raro verle acompañando a Charlene en muchos actos oficiales junto a su esposa, Roisin Gavin—con quien contrajo matrimonio en una ceremonia civil celebrada en 2015—.
Gareth ejerce además de secretario general de la fundación de Charlene, dedicada a proveer de ayuda humanitaria a niños y mujeres en dificultad. Ambos hermanos se han dejado ver participando en actividades para recaudar fondos para la fundación como la competición Riviera Water Bike Challenge, a la que suelen acudir celebridades del deporte de todo el mundo. En su día, el hermano menor de Charlene y Gareth, Sean Wittstock, también participó en el evento como una forma de mostrar su apoyo a la causa.
Apoyo incondicional
También parece ser que actualmente viven en Mónaco sus padres, Michael Wittstock y Lynette Humberstone, un matrimonio de clase media baja que hasta entonces residía en un suburbio de la capital sudafricana. "Ha habido muchos asesinatos en nuestra calle", comentó una vez la princesa, algo preocupada. "Si no eres de un entorno muy rico, y nosotros somos de una clase media muy baja, no puedes permitirte el lujo de vivir en una zona segura". Según una fuente cercana a la familia real monegasca, los Wittstock "se han mudado a una casa que está a solo unos minutos en coche" de la de Charlene y "se reúnen todo el tiempo. La hacen sentir segura y protegida, y le recuerdan esa vida mucho más despreocupada de la que disfrutó en Sudáfrica antes de convertirse en princesa de Mónaco".
Para Charlene siempre ha sido fundamental el apoyo de sus padres. Sobre todo al principio, a la sudafricana le costó bastante trabajo integrarse en la sociedad monegasca, tradicionalmente dominada por la jet set internacional, que la veía como una chica hortera y sin demasiado saber estar. Aunque ella prefirió hacer caso omiso a los ataques y centrarse en su labor benéfica y en el cariño de sus allegados. "Aunque he conocido a gente maravillosa desde que vivo en Mónaco, a todos los considero conocidos”, declaró ella una vez a Tatler. “Solo tengo dos personas a las que considero amigas aquí. Por encima de todo, mis verdaderos amigos son mi familia".