Durante algún tiempo, algunas revistas del corazón tuvieron verdadera fijación con Carolina de Mónaco, que hoy celebra su 67 cumpleaños. Todos querían conocer detalles sobre la vida personal de esta princesa rebelde y de carácter fuerte que, como bien escribió en una ocasión la periodista Mábel Galaz, ejerció de pionera en entender la realeza como una manera de vivir más que como una tarea de representación. Nacida en enero de 1957, Carolina Grimaldi fue la heredera de la corona de Mónaco hasta que catorce meses después nació su hermano Alberto. Aunque de niña fue una buena bailarina de ballet clásico, siendo adolescente abandonó el Principado para marcharse a París a estudiar Filosofía.
Allí, en una noche de juerga, conoció a Philippe Junot, un hombre de negocios con el que empezaría a salir en contra de la voluntad de sus padres. En junio de 1978, a los veintiún años, se casó de forma precipitada con el mujeriego playboy después de que los paparazzi la fotografiaran en topless al lado de su novio en la Costa Azul. Este primer matrimonio se fue al garete dos años más tarde, tras publicarse una fotografía del entonces marido de Carolina cogido de la mano de la actriz Giannina Facio.
Hasta su romance con el francés, a la mayor de los hermanos Grimaldi se le habían conocido algunas amistades y amoríos. “Desde el cantante Udo Jurgens, que le enviaba un ramo de rosas todos los días desde el lugar del mundo donde se encontrara actuando, hasta Björn Borg, pasando por otra media docena de aventurillas”, contó Basilio Rogado en ‘Negocios del corazón’. “Sentó la cabeza con Junot, pero tras la separación volvió a las andadas y se consoló de inmediato con Roberto Rossellini. Su verdadero consuelo, su gran amor, su pasión arrolladora fue Guillermo Vilas, el tenista que cosechó grandes triunfos sobre la tierra batida del Club de Tenis de Montecarlo y con quien se escapó a Tahití en 1982, donde fue sorprendida de nuevo por los fotógrafos en topless”.
Romance truncado por un accidente
Repuesta de todos los desengaños, Carolina se quitó el sambenito de casquivana y contrajo matrimonio en diciembre de 1983, apenas unos meses después de que su madre muriese en un accidente de automóvil, con un joven empresario italiano, de nombre Stefano Casiraghi, al que había conocido en una discoteca. Como la Iglesia Católica aún no se había pronunciado sobre la nulidad del matrimonio de Carolina con Junot, tan solo hubo ceremonia civil.
"El enlace se montó precipitadamente al saber Rainiero que su hija estaba embarazada", escribió Rogado, "y aunque Stefano, hijo de un importante hombre de negocios italiano, caía bien en Palacio, aún se pensaba esperar más tiempo para que el recuerdo de Gracia de Mónaco no sobrevolara sobre los presentes a la ceremonia. Fue un acto sencillo pero, al conocer la celebración de la boda civil, la Santa Sede excomulgó a Carolina por considerar que, según el Derecho Canónico, vivía en adulterio”.
Aquella fue una época de felicidad: la pareja tuvo tres hijos —Andrés (nacido en 1984), Carlota (1986) y Pedro (1987)— y Stefano organizó algunos negocios inmobiliarios audaces. Sin embargo, su particular cuento de hadas terminó en otoño de 1990, fecha en la que el italiano perdió la vida accidentalmente mientras participaba en una carrera de lanchas en la bahía de Montecarlo.
Separación sin divorcio
Tras enviudar, la princesa se dedicó a los compromisos oficiales y encontró consuelo en los brazos del actor francés Vincent Lindon, con quien pasó una temporada en la Provenza francesa. Después se lió con Ernesto Augusto de Hannover, duque de Brunswick y Luneburg, entonces aún casado con su buena amiga Chantal Hochuli. Debido al estrés derivado de esa incómoda situación, Carolina sufrió episodios de alopecia areata que disimuló con elegantes pañuelos. En enero de 1999 celebró su boda con el aristócrata alemán —conocido por su complicado carácter, sus problemas de alcoholismo y sus líos con la justicia— en el palacio de Montecarlo, y siete meses después dio a luz a la única hija que tuvo con él, Alexandra de Hannover.
Si bien se separaron en 2009, Carolina siguió manteniendo buena relación con los hijos mayores de Ernesto, a quienes trata como si fueran suyos, y ni ella ni el alemán han querido firmar el divorcio —por un lado, todo obedece a un pacto alcanzado entre los hijos de Hannover y la princesa de Mónaco para preservar el patrimonio familiar; por otro, en caso de divorciarse Carolina perdería su estatus de Alteza Real—. Desde que lo dejara con Ernesto, a la princesa de 67 años no se le ha conocido ninguna relación. Actualmente conserva su belleza y elegancia y reside en Montecarlo, donde lleva una vida acomodada y más tranquila, y a menudo disfruta de la compañía de sus nietos.