Era el momento solemne y sagrado del destino que había esperado cumplir toda su vida. Cuando el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, colocó con cuidado los casi dos kilos de oro macizo de la corona de San Eduardo sobre la cabeza de Carlos III, este se convirtió en el cuadragésimo monarca en ser coronado dentro de la abadía de Westminster desde el primer soberano, Guillermo el Conquistador, unos 900 años antes. Carlos III es, por una ventaja considerable, el monarca de mayor edad de la historia británica. Tiene 74 años y tenía 73 cuando falleció su madre en septiembre pasado y accedió automáticamente al trono. Solo Guillermo IV, que se convirtió en rey en 1830 cuando tenía 64 años, está cerca de esa edad. La mañana de la coronación, mientras él y Camila hacían el viaje de un kilómetro desde el Palacio de Buckingham hasta la abadía de Westminster en la carroza del Jubileo de Diamante, Carlos seguro que se acordó de la entronización de su madre, en 1953, cuando él era un chavalín de cuatro años.
George hace historia
En aquella majestuosa ocasión se sentó con su abuela, la reina madre, y su tía, la princesa Margarita, y, con diversos grados de aburrimiento, observó a su madre y a su padre durante el aparentemente interminable servicio de tres horas. Ese día, la presencia de Carlos hizo historia: fue el primer hijo en ver a su madre investida como reina. Esta vez ha sido el nieto del rey, el príncipe George, el hijo de Guillermo y Kate, quien ha hecho historia como el futuro rey más joven en desempeñar un papel oficial en una coronación. Ha sido uno de los cuatro pajes de honor de su abuelo. Los otros tres eran hijos de amigos de la familia. Camila, por su par- te, ha tenido como pajes a tres de sus nietos y a un sobrino nieto.
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