En opinión de profesionales como Christian Dior, el diseñador español Cristóbal Balenciaga era el mejor modista del mundo. “Nosotros hacemos lo que podemos con los tejidos. Balenciaga hace lo que quiere”, comentó en una ocasión. De forma parecida opinaba Coco Chanel, que llegó a decir que el de Getaria era “el único auténtico couturier”, ya que, a diferencia de todos los demás, él era capaz de diseñar, cortar, montar y coser una prenda de principio a fin. Balenciaga era todo eso, sí. Pero, por encima de todo, era un personaje tremendamente enigmático.
“El guipuzcoano huía de la prensa y de cualquier tipo de exposición pública como de la peste”, cuenta María Fernández-Miranda, autora del libro ‘El enigma Balenciaga’, y llevaba por bandera esa creencia de que lo que importaba no era su persona, sino su obra. Dicho de otra forma: quería que se hablara de su moda, no de él. Además, no sentía el deseo de trascender; de hecho, aspiraba a que su nombre se evaporara tras su muerte, algo que obviamente nunca ha llegado a cumplirse”.
Tanto es así que, si el diseñador viviera en la actualidad, probablemente se escandalizaría ante la existencia de ‘Balenciaga’, la serie sobre su vida que ha rodado la plataforma de streaming Disney+. En ella se habla de su carácter hermético, ese que le llevó a tener un círculo de confianza reducido, y que por supuesto le impidió hablar públicamente de su vida privada. Aun así, quienes han indagado en su historia cuentan que tuvo al menos dos compañeros sentimentales.
Romances discretos
Uno de ellos fue el sombrerero franco-polaco Wladzio Jaworowski D’Attainville, que pasó un tiempo trabajando en el taller donostiarra de Balenciaga y en 1937 se asoció con él (y con un vecino suyo de San Sebastián) para constituir su primera casa de costura oficial en Francia. Según Nacho Montes en su novela ‘El hijo de la costurera’, el diseñador y Wladzio se llegaron a convertir en la pareja de moda en todas las reuniones de la alta sociedad: “Uno adorado por su aguja, el otro por su sofisticada cultura. Juntos por su elegantísima presencia y conversación en cualquier fiesta que se precisase de importancia”.
Los dos vivieron con discreción su historia de amor, que duró alrededor de dos décadas, hasta que el franco-polaco murió de forma repentina en Madrid, a los 49 años, a causa de una peritonitis. En las páginas de ‘El enigma Balenciaga’ se explica que el diseñador español estuvo a punto de dejarlo todo tras el suceso. También se cuenta que con el tiempo inició una relación con el navarro Ramón Esparza, que entró en la maison de Balenciaga como dibujante y luego pasó a encargarse de diseñar los sombreros.
Se dice que la aristócrata Sonsoles de Icaza y de León, quien además de ejercer de clienta y musa de Balenciaga es recordada por haber engañado al marqués de Llanzol con Ramón Serrano Suñer, sentía una gran antipatía por Esparza. “Tras la muerte de Balenciaga”, escribió Fernández-Miranda, “Esparza se convirtió en el diseñador de la maison Chanel, cargo en el que permaneció durante un corto periodo de tiempo”.