El actor Ángel de Andrés tenía 64 años cuando le alcanzó la muerte. Este 2016, en octubre, habría cumplido los 65, y poseía una carrera que era la envidia de la profesión. Había trabajado con cineastas de la talla de Pedro Almodóvar (¿os acordáis? Él fue el marido al que Carmen Maura, harta de su mala vida, lo mataba con un hueso de jamón en ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’) o Álex de la Iglesia (él fue el loco por el western de sus ‘800 balas’); consiguió desenvolverse a la perfección entre la comedia y el drama y, lo más importante de todo, que el publico realmente le cogiera aprecio y cariño. Eso no lo pueden decir todos.
Ángel falleció el 4 de mayo en Miraflores, Madrid, tal y como ha hecho saber la Unión de Actores. Se iba un intérprete capaz de sobresalir en el medio que fuera. Arrasó en share con su ‘Manos a la obra’ y consiguió atraer a un buen puñado de espectadores a las butacas del cine y a las del teatro, porque sí, este señor que parecía que se había criado entre cemento y pladur, procedía del teatro. Ahí radicaba su magia como actor, que podía resultar creíble en cualquier situación. Algo que solo los más grandes lo pueden decir.
'Mujeres al borde de un ataque de nervios', 'Tapas', 'El Perro del Hortelano', 'Las cosas del querer'… Fue un secundario estupendo, pero como protagonista no tenía precio.
Carlos Iglesias, su compañero en ‘Manos a la obra’ y ‘Manolo y Benito Corporeision’, ha tenido unas palabras de despedida para él desde las páginas de El Mundo. “Fuimos colegas a lo largo de cuatro años con las mínimas pausas de 15 días en Navidad y un mes en verano. De nuestro esfuerzo uno al lado del otro salieron 130 capítulos de bromas improvisadas sin respirar prácticamente día tras día. Nos conocíamos tanto y tan bien que la mayor parte, casi la mitad, del guión de 'Manos a la obra' surgía en el instante justo del encuentro. Casi todo improvisado. Hemos sido amigos a pesar de todo; hemos compartido paseos, bromas, dudas, alegrías, comidas y más comidas... Quizá el hecho de vivir tan cerca el uno del otro, los dos en la sierra de Madrid; tal vez la simple inercia de todo lo vivido; quizá la bondad de los gorditos”.
Benito se ha quedado sin su Manolo, y las risas se han dejado de escuchar.