Rocío Jurado tenía 32 años cuando dio la bienvenida a su primogénita. Rocío Carrasco Mohedano venía al mundo un 29 de abril del año 1977 y, apenas un mes más tarde, sus padres la bautizaban. La bebé de Pedro Carrasco y La Más Grande recibía el sacramento en una multitudinaria ceremonia, en la que, por haber, hubo hasta peleas para ver de cerca a la niña.
“Pedro, del morrillo es como tú. Igualito”, a Rocío Jurado se le caía la baba mirando a esa niña de pelo moreno y nariz respingona. “Es guapísima, guapísima”, no paraba de repetir, mientras le acariciaba el rostro, enloquecida tras el nacimiento de la pequeña. Había venido al mundo con la primavera, con las flores y las alegrías propias de la estación. Tanto el boxeador como la cantante se sentían dichosos de que fuera niña. Era lo que ambos querían. “Amador, sin embargo, deseaba niño”, contaría el boxeador, en confidencia, a Lecturas. Pero a Rocío no le importaba lo que pensara su hermano. Ella estaba pletórica y aún seguía maravillada con haber sido capaz de crear vida. “Pienso una y otra vez que es mía, que se ha fabricado aquí dentro, alimentándose de mí misma”, narraba.
Habían pasado escasísimas horas de su nacimiento en la Clínica Loreto, y Pedro Carrasco aún estaba nervioso. “¡Soy padre! ¡Soy padre!”, había estallado en gritos cuando se le comunicó que Rocío, su Rociíto, ya estaba aquí. Él había aguardado en la sala de espera, encadenando cigarrillos, sin entrar en paritorios. En los años 70, el padre no acompañaba a la madre en el alumbramiento y esta se enfrentaba a ese momento crucial sin compañía de ningún tipo. A pesar de ello, Jurado se sentía confiada. Sabía que estaba en las mejores manos, pues le asistía el parto el mismo doctor que había traído al mundo a las dos infantas. Por encima de sus nervios de primeriza, primaba el entusiasmo por conocer y acunar cuanto antes a su criatura.
Tenía locura por ese bebé que había nacido con “el morrillo” como su padre. Rocío Jurado era incapaz de dejarla un instante. Siempre pegada a su niña. En brazos, dándole el biberón porque “es tragona”. La artista incorporó a esa personita de tres kilos y medio, larga como Pedro, a toda su rutina de estrella.
Rocío Jurado narró a Lecturas el accidentado bautizo de su hija, Rocío Carrasco
Es el 30 de mayo y Rocío Jurado y Pedro Carrasco ya están bautizando a su chiquilla. Los padres no quieren esperar más y lo hacen en uno de los lugares más icónicos, El Rocío (Huelva); donde tantas veces la folclórica entonaría su Salve Rociera. Para ellos, el lugar es muy especial. La menor recibirá las aguas bautismales en la iglesia de Nuestra Señora del Rocío. En plena romería.
Rocío Jurado está radiante, luce vestido de flamenca verde y blanco, en honor a la bandera de Andalucía, flores en el pelo y unos favorecedores aros de oro. Pedro, de corto y con camisa de chorreras. Pocos se dan cuenta, pero la niña luce una túnica de cristianar que replica los bordados del traje que lleva su madre. A las dos se lo ha hecho Lina, la modista de cabecera de la tonadillera. De hecho, cuando Jurado la sostiene en brazos, no se sabe dónde empieza ella y dónde su hija. Son una.
En torno a la iglesia, hay un gentío tremendo. Todos quieren ver a la de Chipiona y a su marido junto a su primogénita. La gente se agolpa, y empiezan los empujones. Los primeros desmayos no tardan en llegar, es 30 de mayo, en Huelva, y ya hace calor. Se viven momentos de verdadera desesperación, hay personas que se abren paso ¡a mordiscos! Esto sienta las bases de lo que después será el “si me queréis, irse” que Lola Flores pronunció en el multitudinario enlace de su hija. Pero Rocío, bastante menos directa que La Faraona, no tomará el micrófono y mandará a los que no han sido invitados a su casa. Jurado se contiene y se angustia. “¡Qué disgusto, Dios mío! Qué espectáculo, nunca imaginé que pudiera suceder esto, tanta gente en una iglesia para ver el bautizo de mi niña”, recogió Lecturas. “Pensé que nos pisoteaban”, continuaba narrando la estrella, aún con miedo, “sé que todos estaban allí porque nos quieren, pero cuando menos te lo esperas puede suceder una catástrofe”.
El cambio de planes familiares de Rocío Jurado y Pedro Carrasco
Después de eso, de los empujones, los bocados y los desmayos; el matrimonio Carrasco Mohedano tiene claro que no va a seguir adelante con sus planes, que pasaban por sumarse a la romería y llegar hasta la ermita. “Si sucedió todo eso en una iglesia de barrio, no quiero ni imaginarme lo que habría pasado si llevamos a la niña a un lugar donde hay miles de personas congregadas varios días de fiesta y vino”. Rocío y Pedro tomaron la decisión de no participar en el camino y trasladarse al pueblo de ella; su madre había sido operada recientemente.
Allí pasan semanas felices. Están en casa. Donde Rocío Carrasco asociará siempre su hogar y sus raíces. Su abuela se desvive con ella, le hace carantoñas a las que también se suma la primera Rocío de todas, la bisabuela. La pequeña les responde con sonrisas desdentadas y ojos amorosos. Le brillan casi tanto como a la Jurado, que está encantada de poder vivir un momento así. Se siente feliz y honrada, disfrutando de uno de los momentos más mágicos de su vida y que recordará para siempre.