La maldición que, dicen, pesa sobre los Grimaldi se cobró una víctima más cuando el segundo marido de la princesa Carolina, Stéfano Casiraghi, perdía la vida en un accidente náutico en St.-Jean-Cap-Ferrat, muy cerca del pequeño principado. Era el 3 de octubre de 1990 y Casiraghi tenía solo 30 años. Llevaba siete casado con Carolina, tres años mayor que él, y fruto de su matrimonio habían nacido tres preciosos hijos: Andrea, Carlota y Pierre, quienes en 1990 tenían seis, cuatro y tres años respectivamente.
La noticia del trágico fallecimiento de Stéfano Casiraghi conmocionó a todo el mundo. Hasta la aparición del empresario italiano en la vida de Carolina de Mónaco, la vida amorosa de la primogénita de Rainiero y Grace había sido un puro despropósito que, sin duda, culminó con la boda de Carolina y Philippe Junot, un playboy parisino que, se cuenta, se apostó con sus amigos que lograría conquistar a la princesa. Todo un desatino, se mire por donde se mire.
Boda por lo civil... y embarazada
El 29 de diciembre de 1983, Carolina y Stefano se casaron por lo civil.
Carolina sentó la cabeza al lado de Stéfano, pese a que, inicialmente, a Rainiero no le gustaba nada la irrupción en el principado de ese atractivo joven italiano, de buena familia, pero dispuesto a desestabilizar la economía de Mónaco con sus agresivos negocios. Con el tiempo, sin embargo, Rainiero aceptó a Stefano casi como el yerno perfecto. Amaba a Carolina y le dio una familia y estabilidad a su hija Carolina, algo que Rainiero ansiaba –sin conseguirlo– también para sus otros dos hijos, Alberto, el heredero, y la pequeña Estefanía.
Se habían conocido en verano de 1983, unos meses después del triste accidente de coche en el que falleció la princesa Grace y dejó muy malherida a Estefanía, entonces una joven alocada de 17 años. Toda la familia Grimaldi lloraba aún la desaparición de Grace, cuando un joven milanés, Stefano Casiraghi, enamoró a Carolina en tiempo récord.
La boda de Carolina y Stefano se celebró en el Palais Princier de Mónaco, casi a escondidas. Hacía apenas seis meses que la pareja se había dejado ver por las calles de Montecarlo, en París... pero todo parecía indicar que se trataba de un amorío más en el curriculum sentimental de la guapa princesa. Pero a mediados de diciembre de 1983 se anunció el compromiso de la pareja, dejando a todos atónitos por lo inesperado del comunicado, y unos días después, el 29 de diciembre, Carolina y Stefano se daban el "sí, quiero", en una discretísima boda que contó con tan solo unos 25 invitados.
Hijos ilegítimos sin derechos sucesorios
Las prisas por formalizar esa boda tenía un claro motivo: Carolina estaba embarazada de su primer hijo. El enlace no pudo celebrarse por la iglesia, ya que el Tribunal de la Rota no le concedía a Carolina la nulidad matrimonial, algo que no obtuvo hasta el fallecimiento de Stefano. Hasta ese momento, y ante los ojos de Dios y de un principado, Mónaco, tan católico como el mismísimo Vaticano, los hijos de Carolina eran ilegítimos y estaban fuera de los derechos sucesorios del abuelo Rainiero.
Con Stefano, Carolina vio cumplido su sueño de ser madre.
Tras Andrea, el primero de los hijos de Carolina y Stéfano, llegaron Carlota, una niña físicamente pastada a su madre, y Pierre, sin duda, el vivo retrato de su padre.
Carolina y Stefano formaron una familia feliz y muy unida. Cada uno de ellos mantuvieron sus amistades de solteros y aunque era muy frecuente verlos disfrutar haciendo planes en familia, no es menos cierto que también se dejaban ver cada uno por su lado disfrutando de sus aficiones.
Un loco de la velocidad
El deporte y la velocidad eran dos de las grandes pasiones de Stefano Casiraghi. La Fórmula 1 y, sobre todo, la mononáutica en su categoría superior, la off-shore, le hacían subir la adrenalina hasta límites insospechados.
Casiraghi compaginaba sus negocios con el deporte profesional y cuando se subía a su lancha off-shore era el más competitivo de todos. En 1989 había obtenido el campeonato del mundo de la especialidad y, un año después, estaba dispuesto a todo para revalidar el título.
La mañana del 3 de octubre de 1990 la meteorología no se presentaba idónea para competir. De hecho, muchos participantes optaron por no tomar la salida ante una mar demasiado revuelta para unas embarcaciones que más que navegar, vuelan a toda velocidad sobre las olas. Pero Stefano era un valiente –o un insensato, quién sabe– y sí quiso tomar la salida junto a su copiloto Pierre Innocenti. Todo por revalidar su título de campeón del mundo.
La velocidad era una de las pasiones de Stefano Casiraghi y, en especial, a bordo de una lancha Off Shore.
La embarcación volcó a 180km/h
El día estaba gris y la mar estaba azotaba por un siroco cálido proveniente del sudeste Mediterráneo, así que el oleaje no era el idóneo para una competición de este calibre.
A bordo del catamarán Pinot di Pinot, Stefano y Pierre se pusieron en cabeza desde un principio yendo a una velocidad próxima a los 180km/h. La tragedia no tardó en producirse. La embarcación topó con una ola que la hizo saltar por los aires y, caer boca abajo. El copiloto saltó, pero el cuerpo de Stefano se quedó atrapado y sobre él cayó el peso equivalente 5 toneladas, fruto de la velocidad y del impacto con la mar. Tal y como desveló la autopsia, Stefano murió por el tremendo impacto y no por ahogamiento.
Stefano murió en el acto.
¿Y dónde estaba Carolina cuando sucedió todo?
La noticia del accidente corrió como un reguero de pólvora por todo el mundo. Carolina no estaba presente, como sí lo había estado en anteriores competiciones, viendo competir a su marido porque era una afición que no le gustaba demasiado a la hija de Rainiero. Decían que ese iba a ser el último año de Stefano compitiendo en motonáutica y quería irse por la puerta grande, como campeón del mundo. No pudo ser.
Ese 3 de octubre de 1990, Carolina estaba en París junto a su gran amiga Inès de la Fressange. Nada más conocer la noticia, Inès se ofreció a acompañar a Carolina hasta Mónaco, ya que esta se encontraba en estado de shock. Así lo relataba la revista Lecturas: "Estaba en París para acudir a la ópera con su íntima amiga Inès de la Fressange. La llamada que le comunicaba la muerte de Stefano la rompió en mil pedazos. Tan desolada estaba que fue incapaz de explicar a sus hijos lo que había pasado". Tuvo que ser el abuelo Rainiero el que explicase a sus nietos que papá se había ido al cielo.
La muerte de Stefano Casiraghi dejó devastada a Carolina que, además, tenía tres hijos aún muy pequeños. Con Stefano se fue el amor de su vida, el padre de sus hijos y el hombre con el que, por fin, había conseguido formar una familia.
Carolina, en la boda de su gran amiga Inès de la Fressange.
El dolor de una joven viuda
En 1982, el principado de Mónaco ya había vivido la trágica muerte de su princesa Grace, dejando roto de dolor a su marido, el príncipe Rainiero, y a sus tres hijos, Carolina, Alberto y Estefanía. Pero si nadie imaginó que un accidente de coche pudiera arrebatarles a su querida princesa, mucho menos imaginaron ver a una joven Carolina viuda con solo 33 años.
Tras la muerte de Stefano, no se declaró luto oficial porque la iglesia no reconocía el ma-trimonio civil que lo unió a Ca rolina en 1983, ni legítimos a sus hijos. Pero sí se le dio el último adiós en un funeral en el que la princesa, devastada, apenas podía tenerse en pie.
Tras el entierro de Stefano, Carolina se refugió con sus tres hijos en la Provenza francesa. Allí, en la localidad de St-Rémy-de-Provence, Carolina encontró la serenidad y la paz que la muerte de Stefano le arracó de cuajo. En St. Rémy, Carolina llevó una vida tranquila y era visitada por sus grandes y buenos amigos, como el actor Vicent Lindon, que fue un gran consuelo para la princesa y para sus hijos. También Roberto Rossellini, hijo de Ingrid Bergman y amigo de la infancia de Carolina, acudía a verla con frecuencia. Rossellini había sido, además, quien le presentó a Stefano. Seguro que juntos lloraron la muerte de su amigo y marido, respectivamente.
El duelo fue durísimo y Carolina llegó a perder el cabello, lo que hizo pensar que podía estar enferma. Tardó en recuperar su vida, pero nunca volvió a ser la mujer que era. Años después, El Vaticano reconoció a los hijos de Carolina como legítimos y Mónaco los aceptó en su línea de sucesión al trono.
La desolación de Carolina en el entierro de Stefano.