"Tras la muerte de Ángel Nieto, don Juan Carlos se echó a llorar como un niño"

"Él, que no lo hace nunca, esa noche lloró con lágrimas antiguas, de esas que no se han vertido jamás"

Actualizado a 9 de agosto de 2017, 11:23

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Ring ring, madrugada del miércoles pasado. Al otro lado del teléfono está la voz campanuda que tanto conocemos:

-Doctor, soy el rey.

-¡Señor!

Aunque va con pijama y está en cama, el médico se cuadra sin querer y se inquieta, ¿qué pasará? Su mujer se despierta también y lo mira con alarma. Es una bochornosa noche mediterránea y el doctor acaba de empezar su mes de vacaciones. Don Juan Carlos le pide de forma atropellada, “necesito que me hagas un favor ¡querría que fueras a Ibiza a visitar a un amigo!”, su voz se quiebra, “Ángel Nieto, está muy mal… ¡A ver si puedes hacer algo por él!”. El prestigioso médico, una buena persona que ha tratado al rey en Barcelona, asiente de inmediato, “sí, claro, señor, contad conmigo”. La voz del rey flaquea, es la primera vez que el médico, que lo conoce íntimamente, lo ve emocionado, “está bien atendido, pero haz eso por mí, por favor, y por su familia”. El buen doctor se emociona a su vez. Lo antes posible se desplaza a Ibiza, va al hospital y entra sin que lo descubran los periodistas apostados en la puerta ya que su rostro no es conocido. Visita a Ángel Nieto, su pronóstico es favorable y aprueba el tratamiento que se le está aplicando. Llama a su majestad para tranquilizarle, “todo irá bien”, aunque por precaución, dispara ese último cartucho que se guardan los médicos experimentados, “salvo complicaciones…” Juan Carlos agradece las buenas noticias con una carcajada, “coño, ya sabía yo que este tío iba a salir adelante…” Desgraciadamente, apenas unas horas después se producen esas complicaciones y Ángel Nieto se muere. Don Juan Carlos se echó a llorar como un niño. Él, que no lo hace nunca, esa noche lloró con lágrimas antiguas, de esas que no se han vertido jamás. Después salió en barco y durante toda la travesía estuvo muy silencioso. Como le dijo su padre a un íntimo amigo sabiéndose ya herido de muerte “Alfonso, siempre nos quedará el mar”.

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