La pasada semana, la infanta Cristina estuvo en Barcelona, en los apartamentos Victoria, a un tiro de piedra de su trabajo en las oficinas de La Caixa. Nadie ha notado en ella preocupación o tensiones, y ha desempeñado su trabajo con total solvencia, como siempre, aunque la sentencia contra su marido esté a punto de salir y si no lo ha hecho ya, es porque se está intentando que el voto particular de uno de los magistrados, tremendamente duro con Iñaki, se suavice de alguna manera.
Cuando Cristina viene a Barcelona, ya no sale a cenar ni va a El Corte Inglés, yo he sido testigo de cómo se movía con total libertad, incluso una vez la vi en el metro (con escolta, eso sí). Porque al principio fue vecina mía, ya que se alojaba en el entrañable hotel Hesperia de la calle Vergós por una razón muy sencilla: entonces era el único hotel de Barcelona donde admitían perros.
Ella tenía dos, de raza dudosa, y los paseaba de noche. Cuando alquiló el piso de Sarriá por 200.000 pesetas al mes, los escoltas continuaron alojándose en el Hesperia y cuando la infanta se iba de viaje, les dejaba los perros para que los cuidasen. ¡Eran los huéspedes más mimados del hotel! Fue entonces cuando empezó a ir a la doctora Folch para cuidar su dieta, se hizo vegetariana y conoció a Iñaki, ¡pero esta ya es otra historia!