Buenos días. Soy el hombre que mató a los tres hermanos de Morata de Tajuña. Sé que me están buscando y he venido a entregarme”. Así se presentó en las dependencias de la Guardia Civil de Arganda del Rey, en Madrid, el ciudadano paquistaní de 42 años al que los investigadores del triple crimen ya buscaban desde que aparecieron los cadáveres de las víctimas.
La historia previa es tan terrible que para los pocos amigos que les quedaban en el pueblo, la estafa que sufrían las víctimas solo podía tener un final trágico. Amelia y Ángeles, de 71 y 74 años, llevaban años inmersas en un bucle de desesperación en el que arrastraron sin querer a su hermano mayor Pepe, de 79 años, que tenía una discapacidad psíquica y no era consciente de nada de lo que sucedía.
Una relación en las redes
Hay que viajar siete años atrás en el tiempo para entender cómo las hermanas acabaron en ese callejón sin salida. Los tres, solteros y sin hijos, vivían en Morata de Tajuña, el pueblo que presenció el distanciamiento de las mujeres del resto de vecinos y que ahora las llora. También habían tenido un piso en Madrid capital y un segundo en la playa. Pepe, que pasaba las mañanas en el centro de mayores y disfrutaba de los partidos del Real Madrid en el bar, estaba bajo la tutela de Amelia, la hermana “más echada para adelante y con la voz cantante”, como la definen quienes la conocieron. Ángeles había ejercido como maestra y Amelia había trabajado en el negocio de los anticuarios. Les gustaba “comer en buenos restaurantes, vestir elegantes, ir una vez a la semana a la peluquería y hacer pequeñas escapadas. La música era otra de sus pasiones y una de ellas llegó a cantar en el coro de la iglesia.
El Facebook era otro de sus entretenimientos. Las publicaciones de las dos hermanas en esta red social son constantes. Y precisamente aquí es donde empezó todo. Hará unos siete años, Amelia le contó a Enrique Velilla, el peluquero de Morata y uno de esos antiguos amigos de los que se habían distanciado en los últimos tiempos, que ella y Ángeles habían conocido a dos hombres en Facebook y que habían comenzado una relación.
Al peluquero, como a muchos otros del entorno de las hermanas, le sonó extraño escuchar que esos dos misteriosos hombres que las habían enamorado eran militares destinados en Afganistán, uno de ellos llamado Edward. Todavía les sorprendió más saber que, a las pocas semanas de empezar el romance, ellas habían comenzado a enviarles dinero bajo un montón de pretextos, a cuál más increíble.
Se alejaron de todos
“Les advertimos muchas veces de que era un engaño, les enseñamos noticias de estafas muy parecidas, pero ellas decían que no, que lo suyo era de verdad”, cuenta el peluquero. “Hasta me enseñó un mensaje que decía que le había mandado Pedro Sánchez, con faltas de ortografía”, añade. Dueño de una peluquería de esas por las que pasan todas las señoras del pueblo, asegura que las víctimas fueron dejando de lado a todos aquellos que trataban de advertirlas del peligro que corrían. Desde la poca familia que les quedaba, algunos primos, a los vecinos de Morata, incluida la madre del peluquero que apreciaba a las dos hermanas y que llegaba a casa siempre con un sofoco cuando se las encontraba. “Mi madre me decía: ‘Ángeles y Amelia acabarán muy mal’. Y lamentablemente acertó”, cuenta entristecido.
Las dos hermanas pasaron de llevar una buena vida a no salir de casa, se quedaban muy rápidamente sin dinero. Pasaron de ir una vez a la semana a la peluquería y vestir impecables, a andar desaliñadas. Cada vez que cobraban la pensión, que no era baja, acudían directamente al banco y ordenaban el envío inmediato a sus estafadores.
Víctimas vulnerables
La vivienda de los hermanos, grande y rodeada por una tapia blanca, cuenta con un precioso patio lleno de flores, figuras de jardín y carteles de la Virgen María, del que Amelia presumía en sus redes. En su Facebook se pueden ver todavía mensajes de cuentas de hombres en los que las halagan y les piden amistad. Estos mensajes siguen el esquema típico de los llamados estafadores del amor, delincuentes a muchos kilómetros de distancia que buscan víctimas vulnerables a las que engañar para sacarles dinero. En las imágenes que publicaban las hermanas, hay dos fotos de dos hombres canosos, los que supuestamente eran sus parejas.
Fotos de sus amores
Amelia llegó a ponerse la imagen del que ella creía que era su amor como foto de perfil. Ella fue la primera en caer. Un día su militar le confesó que un amigo suyo había visto la fotografía de Ángeles y que había caído rendido de amor. La que fuera maestra no tardó en enamorarse y presumir de su supuesto novio con una foto que llevaba en su cartera. Imágenes que las hermanas mostraban con orgullo advirtiendo de que aquello era un amor verdadero y no una estafa, como les intentaban explicar los pocos allegados que les seguían escuchando.
Los primeros envíos de dinero coincidieron con una petición para sufragar los gastos de un rescate en helicóptero. Una cantidad que se fue incrementando con el paso del tiempo hasta acabar convenciéndolas de que el presunto militar que mantenía una relación con Ángeles había muerto en unas maniobras en Afganistán y, sorpresa, había dejado la herencia a su novia española. Un testamento de siete millones de euros que era íntegro para la mujer, pero que solo cobraría previo pago de aranceles e impuestos, para las gestiones burocráticas. Para entonces, las dos hermanas ya se habían pulido todo el dinero ahorrado durante toda la vida y el importe del piso de Madrid que vendieron para saciar las ansias de sus falsos enamorados. Y empezaron a pedir cada vez con más insistencia dinero a todo aquel que se les cruzaba en su camino. Desde el peluquero, a su madre, y hasta al cura de Morata de Tajuña que les trató de convencer sin éxito del engaño.
No pasó desapercibido a los vecinos la llegada el año pasado a Morata de un paquistaní que se alojó en casa de los hermanos. El hombre, con un negocio de comestibles y locutorio en Arganda del Rey, les alquiló una habitación. Una pequeña fuente de ingresos más para sufragar la locura en la que estaban metidas. En verano, el hombre fue detenido por la Guardia Civil y la jueza de guardia le mandó a prisión por agredir con un martillo a Amelia. El hombre aseguró que había prestado a las hermanas 60.000 euros que se negaban a devolverle.
Los investigadores sospechan que el hombre aprovechó un permiso penitenciario, coincidiendo con las fiestas de Navidad, para regresar a la vivienda y reclamar su dinero a las hermanas. Un encuentro que acabaría con la muerte a golpes de las dos mujeres y el varón, a los que después apiló en una de las habitaciones y prendió fuego.
No fue hasta prácticamente un mes después cuando los vecinos empezaron a preocuparse de la ausencia de los hermanos. Pepe había desaparecido del bar los días que jugaba el Real Madrid y ellas ni respondían al teléfono, no se las había vuelto a ver. Hasta el Facebook de las hermanas se había detenido en el tiempo, sin nuevas entradas. Finalmente fue el alcalde de Morata, una población de poco más de 8.000 vecinos, el que dio la voz de alarma y alertó a la Guardia Civil. Con orden judicial, la policía accedió a la casa y encontró los cuerpos en un avanzado estado de descomposición.
El paquistaní fue el principal sospechoso desde el minuto uno y lo buscaban los investigadores, cuando el hombre se presentó en el cuartel de la Guardia Civil. Durante la inspección ocular de la vivienda, la Guardia Civil encontró un arma de fogueo que sospechan compró Amelia para protegerse de toda la gente a la que debía dinero y le reclamaba su devolución.
Redes internacionales
En las estafas amorosas un individuo hace creer a otra persona que están teniendo una relación amorosa y, al cabo de un tiempo, le hace saber que sufre una imperiosa necesidad de dinero para cubrir alguna necesidad vital. La estafa, que muchas veces es perpetrada por una red internacional, puede durar hasta que las víctimas se quedan sin fondos. Son las denominadas estafas nigerianas. Es difícil encontrar una estafa con tanta duración como la de las dos hermanas. Siete años fueron los que estuvieron bajo este engaño del que no llegaron a dudar. De hecho, cualquier persona en un momento de vulnerabilidad o fragilidad emocional está expuesto a ser atrapado por estos individuos sin escrúpulos. No tiene nada que ver con la posición social, estudios o preparación, ni sexo o tendencia sexual, hay estafadores diseñados a medida para cada víctima. Cualquiera puede caer, lo importante, es no avergonzarse y ponerse en manos de especialistas para dejarse aconsejar. La mayoría de las veces las víctimas no denuncian por la vergüenza que sienten al haber sido engañadas por un fantasma que no existió. Amelia y Ángeles nunca, nunca en siete años, hablaron por teléfono con sus parejas. Y aun así, ellas creían firmemente en ese amor. Hasta el día que fueron asesinadas.