La ansiada tercera estrella Michelin llegó al hotel restaurante Atrio de Cáceres un año después de sufrir uno de los robos del siglo. Un espectacular golpe en el que la pareja formada por la mexicana Priscila Guevara, de 28 años, y el rumano con pasaporte holandés Constantín Dumitru, de 49, se hicieron con 45 botellas de vino de la bodega, valoradas en 1,6 millones de euros, en la madrugada del 27 de octubre de 2021. No era cualquier vino. El suculento botín contaba con una botella de Chateau d’Yquem, única en el mundo, del año 1806, coetánea de Napoleón, y valorada nada más y nada menos que en 310.000 euros. Un vino dulce de Burdeos que en ese momento era la gran joya de la colección.
Aquel día, una mujer se presentó sola en el hotel. Hablaba un perfecto inglés y cubría su rostro con la mascarilla de aquellos días de pandemia. Se había colocado una estrafalaria peluca que le cubría lo poco que le quedaba de un rostro al que no desprendió de unas enormes gafas de sol. A nadie le extrañó aquella apariencia porque no son pocos, como contaría en el juicio uno de los recepcionistas, los que acuden de incógnito al exclusivo o establecimiento y desean pasar desapercibidos. Había llegado sin equipaje. Apenas una mochila que cuando uno de los botones trató de sujetar para subirla a la habitación, comprobó que iba vacía, pese a que la mujer se la arrebató con autoridad. Para registrase, la mujer utilizó un pasaporte suizo falso a nombre de Mirka Goluvic y contó que más tarde se uniría su pareja a la mesa del restaurante que previamente había reservado.
Una cena de lujo
La cena fue una velada típica del Atrio. Un desfile de platos del menú degustación por el que pagaron unos 400 euros. La atractiva pareja llamó la atención del sumiller, que departió con el hombre de vinos y con ella, que se presentó como arquitecta, del propio establecimiento, enclavado en el centro histórico de Cáceres, y considerado una auténtica obra maestra por su diseño. Como siempre en el Atrio, tras los cafés y los aguardientes, que rechazaron, los comensales fueron invitados a realizar una visita guiada por la bodega. Un espacio que en ese momento carecía de cámaras de vigilancia y de ninguna medida de seguridad, pese al valor incalculable de algunas de las botellas que se almacenaban. Durante la ruta entre miles y miles de caldos embotellados, el encargado les fue señalando las joyas que durante las últimas décadas ha reunido Toño Pérez, uno de las dos almas del Atrio, y responsable de una de las colecciones de vinos más importantes de España. La pareja, especialmente el hombre, no perdió detalle de las explicaciones. Se fijó y preguntó por varias botellas de Romanée Conti, un tinto francés de la Borgoña, del que solo se comercializan al año 3.500 unidades, alcanzado un valor de unos 19.000 euros cada una. Terminada la ruta, la pareja se retiró agradecida a su habitación, la 107.
Una llamada trampa
A las dos y diez de la madrugada, la mujer telefoneó a la recepción porque se había quedado con hambre. El recepcionista de guardia se sorprendió porque la mujer se había ventilado los 14 platos del menú, e intentó disuadirla explicándole que la cocina estaba cerrada, que se encontraba solo en la entrada y que no sabía muy bien qué le podría ofrecer a aquellas horas. La clienta insistió, subió el tono de la exigencia, y forzó al trabajador a ir a la cocina para prepararle una ensalada. Antes, ella quiso saber cuánto tiempo aproximado tardaría en llegar su antojo. “Unos 20 minutos”, le indicó el trabajador.
A por la llave maestra
En ese momento, la cámara de seguridad del hotel grabó a Constantine con su mascarilla y una mochila a la espalda, accediendo al mostrador y saliendo de allí hasta la sala de catas donde intentó abrir sin éxito la puerta que conduce a la bodega. Desde allí mismo telefoneó a Priscila y le pidió que volviera a entretener al recepcionista, porque se había equivocado de llave. La mujer volvió a telefonear e insistió al hombre de guardia que aún le quedaba un pequeño hueco en el estómago para un capricho. “Cualquier cosa dulce, algo de fruta estará bien”, insistió sin dejar margen a una negativa. El trabajador regresó de nuevo a la cocina. En ese instante, el hombre se acercó de nuevo al mostrador y se llevó de un cajón la llave maestra que tenía marcada el número 27, y que estaba revuelta con otras en una pequeña caja para no llamar la atención.
En un abrir y cerrar de ojos
Con esa nueva llave el ladrón logró abrir el acceso a la bodega y metió en una mochila y dos bolsos de gran tamaño 45 botellas valoradas en 1.648.500 euros. Lo hizo en un abrir y cerrar de ojos. Todas las unidades estaban referenciadas en la carta que se ofrecía a los comensales del restaurante. Por cierto, una pequeña obra maestra encuadernada de 400 páginas con ilustraciones del fotógrafo y cineasta Joaquín Cortés.
Se fueron de madrugada
Sobre las cinco de la madrugada la pareja abandonó el hotel. Ya habían liquidado la cuenta con una tarjeta prepago. El hombre cargaba con la mochila y las dos grandes bolsas, una en cada mano. Se subieron a un Mercedes A-180 de color rojo que les había prestado un amigo y abandonaron Cáceres en dirección Madrid. Los investigadores descubrieron después que aquella no fue la primera vez que la pareja acudió al Atrio. De hecho, al menos el hombre cenó y comió en otras tres ocasiones con otro individuo que después se supo que iba a ser el cómplice con el que no contó para el golpe final. Citas en las que diseñaron cómo debía ser el gran golpe. Nueve meses después del espectacular robo, la pareja fue detenida cuando iban a cruzar en coche el paso fronterizo de Eslovenia hacía Croacia, donde pretendían disfrutar de unas lujosas vacaciones. Su historia de amor, una especie de Bonnie and Clyde con mucho glamour, fue diseccionada, aunque ellos prefieren guardar silencio y se negaron a responder incluso a su abogada en el juicio. Cuentan que en cuanto se vieron por primera vez el verano de 2019 en una playa de Barcelona se enamoraron, un amor que se ha intensificado des- de que están en prisión, cumpliendo una condena de cuatro años y medio de cárcel él y cuatro ella.
El origen de los casos
Priscila Guevara fue miss en México, licenciada en Filosofía y estudiante de Arte Dramático en Madrid, donde trabajó cuidando niños. Vino a España con el sueño de se- guir adelante con una carrera de presentadora y actriz que inició en su país, donde rodó algunos papeles en filmes menores en Ciudad de México como ‘Escenas para un funeral’ o presentó el espectáculo ‘Voces del Aire’. Él, Constantín Dumitru, es un ciudadano rumano-holandés con una veintena de antecedentes policiales en España, el primero de 2002, y que aseguraba trabajar limpiando cristales colgado de los más altos edificios de la capital. Nació en Rumanía pero usaba el pasaporte holandés que consiguió al casarse con una holandesa, con la que tuvo dos hijas. De hecho, una de ellas murió trágicamente en enero de 2022, tras el robo del Atrio. Pese a sospechar que ya podía estar en búsqueda y captura, logró despistar a las autoridades y asistir a la ceremonia de incineración de la joven en el cementerio de Alcobendas.
Largo historial de robos
El golpe en el Atrio fue el colofón de una serie de robos anteriores, en los que el hombre fue probando fortuna en el negocio de la venta en el mercado negro de vinos de gran valor. En agosto de 2019, Constantín fue detenido después de que el dueño de la tienda Lavinia del barrio de Salamanca de Madrid le pillara ‘in fraganti’ tratando de llevarse una botella de whisky Balvenie, valorada en 5.250 euros. En su denuncia, el dueño del establecimiento explicó que el hombre estaba acompaña- do de una joven. No era Priscila, sino su hija mayor, a la que pretendía iniciar en el oficio de llevarse los bienes aje- nos. Lo detuvieron pero quedó en libertad. Prácticamente un año después, en julio de 2020, robó en una tienda de la calle Velázquez de Madrid, aprovechando el despiste del encargado. En aquella ocasión logró llevarse dos botellas de la que sin duda es su etiqueta favorita, Romanee Conti, valoradas en 19.900 euros cada una. Constantín sospechaba que la policía lo podía estar buscando por ese robo y se presentó en comisaría, acompañado de su abogado. No contó nada sobre el paradero de las botellas, y volvió a quedar en libertad, a la espera de juicio.
Un misterio sin resolver
Aún hubo un tercer episodio en el mismo escenario, una vez más en el barrio de Salamanca. Accedió a una de las tiendas de lujo y se llevó un bolso de 800 euros que regaló a Priscila por su cumpleaños. Era difícil desconfiar de él. Alto, especialmente atractivo y con unos ojos azules fulminantes, tenía capacidad para seducir al contrincante y despistar- lo el tiempo necesario para cometer el robo. Los Bonnie and Clyde del Atrio siguen en prisión, sin perder ni uno solo de los vis a vis a los que tienen derecho como pareja. En el juicio ella ni abrió la boca y él en su turno de última palabra solo fue para decir que no sabía nada de aquellas botellas. Su paradero a día de hoy sigue siendo un misterio. La policía sospecha que no les dio tiempo de venderlas todas y que deben de estar a buen recaudo o en manos de algún cómplice encargado de su colocación en el mercado negro. Junto a la tercera estrella Michelin al Atrio llegaron unas sofisticadas medidas de seguridad para acceder a su bodega. El paseo entre caldos se ha reducido de tiempo, no hay un solo hueco fuera del ángulo de las nuevas cámaras de vigilancia y está prohibido hacer fotos. Ya no hay tarjeta magnética para acceder y cambiaron la puerta por una que solo se abre mediante la huella digital que tienen contados empleados.