En esta ocasión empezaré la crónica al revés. Por la detención del presunto asesino de al menos tres personas sin hogar en Barcelona, en once días terribles de abril de 2020. Esta semana ha arrancado en la Audiencia de Barcelona el juicio contra Thiago Fernandes Lages, nacido el 25 de enero de 1985 en Brasil, acusado de las muertes. Fue el primero en declarar, apenas tres preguntas de la fiscal en las que admitió ser el responsable de los crímenes y daba por bueno el acuerdo entre to- das las partes por el que asume una condena de 63 años de cárcel, con el cumplimiento de 40, más otros 30 de libertad vigilada. Pese al pacto, el juicio se celebró.
El asesino sembró el terror en unas calles vacías aquellos días por la pandemia que mantuvo a la población encerrada en sus casas, salvo a algunos de los más vulnerables que siguieron durmiendo al raso. Thiago Fernandes fue arrestado en Sant Cugat del Vallés a las pocas horas de su último crimen. El destino quiso que el policía que se abalanzó sobre el sospechoso a la carrera hasta derribarlo, inmovilizarlo y esposarlo, de alguna manera saldara una deuda pendiente que adquirió años atrás con la maldad. El agente, al que respetaremos su voluntad de permanecer en el anonimato, trabajó durante una década en un grupo especial de los Mossos d’Esquadra del distrito de Ciutat Vella de Barcelona especializado en el seguimiento de los rateros más frecuentes para arrestarlos in fraganti, con las manos en la masa.
El 17 de agosto de 2017 el terrorista Younes Abouyaaqoub arrolló a cientos de personas en La Rambla con una furgoneta. El resultado es conocido. Aquel ataque tuvo como resultado 15 víctimas mortales e incontables heridos. Durante su huída, el yihadista se adentró en La Boquería, aprovechando la confusión, con gente corriendo de un lado a otro sin saber qué hacer ni qué estaba pasando. Desde la cercana comisaría de los Mossos d’Esquadra en Nou de la Rambla hubo una desbandada de policías en dirección al paseo. Entre ellos un grupo de tres mossos de paisano que escucharon por la emisora la alerta de atentado y corrieron en dirección contraria a la gente que huía. Uno de los tres hombres quedó rezagado y a la altura de la plaza de la Garduña, justo en la parte trasera del mercado, cruzó su mirada unos segundos con un joven de suéter a rayas que aguantó el desafío. Fueron unos instantes en los que al mosso se le heló la sangre y a punto estuvo de guiarse por su instinto e identificar al individuo, que le llamó la atención y que parecía ocultar algo bajo la camiseta. A diferencia del resto de la gente, su rostro no reflejaba miedo, ni angustia. Al contrario. Pero los gritos de desesperación de La Rambla eran cada vez más insoportables y el policía se unió al resto. No se olvidó de aquella cara, ni de la mirada.
A las pocas horas, el mosso confirmó que aquel individuo con el que se había cruzado era el terrorista, que protagonizó una huída de varios días en las que asesinó al joven Pau Pérez. Hay que ponerse en la piel de ese policía para tratar de acercarse a su impotencia, a su rabia y a un sinfín de sentimientos complicados de gestionar. Lo tuvo delante, a solo estirar un brazo... Con los días, el policía comunicó a sus superiores que no podía seguir trabajando en Ciutat Vella. Los recuerdos le atormentaban y solicitó un cambio de destino. Ingresó en otra unidad especializada, la de seguimientos, que se encarga de pegarse sin ser vistos a los sospechosos. Y es en este momento que se entrelazan las dos historias. La del terrorista de La Rambla con el asesino de personas sin hogar, y el mismo mosso como nexo en común. Fue precisamente ese policía el que detuvo con sus manos al brasileño, compensando de alguna manera algo del dolor que sigue sintiendo, cuando recuerda el atentado de la Rambla.
Laureano Almeida Damura tenía 60 años y había nacido en Orense; Imad Allouss tenía 22 y era de Marruecos; Juan Ramón Barberán Giner tenía 76 y nació en Teruel; y Jean Pierre Herbillon tenía 32 años y había nacido en Francia. Ellos son las cuatro personas sin ho- gar que en los días más duros del confinamiento fueron asesinados en el distrito del Eixample de Barcelona. El grupo de homicidios de los Mossos d’Esquadra pudo acreditar sin género de dudas e innumerables pruebas la responsabilidad de Thiago Fernandes Lages en los tres últimos crímenes. Están convencidos de que Thiago también mató al primero, pero no lo han podido demostrar, y por eso ese crimen no se ha juzgado.
Tras el asesinato de Imad en L’Auditori los investigadores interrogaron a Jean Pierre, el francés asesinado diez días después bajo la manta con la que se protegía de la lluvia en un chaflán de la calle Rosselló. Le tomaron declaración porque se encontró con su amigo Imad malherido. Jean Pierre fue el encargado de avisar a los vigilantes de seguridad, que alertaron a los sanitarios, que solo pudieron certificar su muerte. El francés fue la última víctima del asesino en serie en una noche lluviosa y fría en la que la rotura del confinamiento de un matrimonio ruso, harto de estar encerrado en casa, ayudó a la detención del sospechoso.
La pareja ya se recogía cuando, en medio de la oscuridad, vieron a un joven que caminaba hacía ellos con un palo en la mano. Se asustaron y aceleraron el paso hasta entrar en su portería. Su piso estaba en el principal con ventanas justo encima del chaflán en el que desde hacía unas semanas pasaba parte del día y la noche un agradable y educado francés. La lluvia ya teñía de rojo la acera cuando se asomaron. Alertaron al 112, que avisó a la sala de los Mossos de Barcelona. Los operadores estaban al corriente del medio centenar de policías que, desde el crimen anterior de la calle Casp, custodiaban los rincones del Eixample donde dormían personas sin hogar esperando detener in fraganti al asesino. Los testigos dieron una buena descripción del sospechoso, empezando por unos guantes de ciclista que ya aparecían en imágenes que se tenían de él. El asesino aún logró, mientras se encaminaba a la parada del autobús N61 de la Ronda Sant Pere, despistar a una patrulla ajena al dispositivo que le paró para identificar. Thiago acababa de asesinar a golpes a Jean Pierre y no le tembló el pulso cuando facilitó a los mossos su documentación. Como no pudo justificar qué hacía a esas horas en la calle fue sancionado. Los mossos le siguieron de cerca, hasta las cercanías de una caravana destartalada en la que malvivía en los últimos meses en Sant Cugat.
En el registro tomaron muestras de ADN y hallaron ropa que lo vincula directamente con los crímenes. Dos prendas en concreto aparecen en todas las imágenes captadas por las distintas cámaras de seguridad que los inmortalizaron: una gorra del F.C. Barcelona y unos guantes negros sin dedos. Originario de Brasil, pero con su familia directa afincada en Portugal, Thiago se instaló en Barcelona en agosto del año anterior a los crímenes. Llegó haciendo autostop, para mudarse con un amigo suyo a una casa okupada en el barrio de La Floresta, de donde le terminaron echando el resto de inquilinos por su mal carácter y porque robaba al resto de ocupantes. Había trabajado en restaurantes, de donde siempre lo echaban. No estaba bien. Decía que oía voces, pero sus conocidos aseguraban que tampoco era agresivo con las personas con las que convivía. Una vieja amiga suya que trató de ayudarlo y contactar con la familia del hombre en Portugal para avisarles de lo que estaba pasando, lo describía como una persona dulce, con un patrón de enfermedad psicológica que ya encarcelado diagnosticaron los forenses que lo examinaron.