Todas sus muñecas preferidas. Sus tres pequeñas Barriguitas y una grandota vestida de militar que le trajo su hermano de la mili. El perro de peluche blanco que le acababa de regalar su madre para gastarle una broma porque la niña no paraba de pedir un perro, pero de los de verdad. Sus pósters de grupos de rock. Sus libretas de apuntes y los libros de texto del instituto. Todo está donde siempre ha estado y donde seguirá mientras sus padres velen su ausencia. La habitación de Cristina Bergua Vera sigue, 26 años después, tal y como la dejó la joven de Cornellà, que tenía 16 años cuando la tarde del 9 de marzo de 1997 salió de casa. No fue la suya una desaparición voluntaria. Y así lo denunciaron sus padres, Luisa y Juan, cuando a las pocas horas acu- dieron angustiados a la comisaría de la Policía Nacional de su localidad.
Todo estaba entonces por hacer en materia de desaparecidos. No había protocolos. No había policías especializados. Ni existía una conciencia colectiva de tomarse muy en serio las ausencias. Era la época en la que los padres que denunciaban una desaparición salían de comisaría con la sensación de que no les habían tomado en serio. Eran los tiempos en los que hizo fortuna aquella leyenda de que había que esperar 48 horas antes de presentar una denuncia por desaparición, por muy convencido que uno estuviera de que la ausencia no era voluntaria. Con Cristina Bergua y el compromiso heroico de sus padres empezó un camino durísimo que sigue sin ser fácil pero que, por lo menos, los familiares de los ausentes recorren ahora acompañados y con más medios públicos para las búsquedas.
Juan y Luisa se gastaron el primer año un dineral para imprimir miles de carteles con la fotografía de su hija que se repartieron en España y media Europa. La mayoría los colgaron ellos mismos, con el resto de la familia, y voluntarios que se fueron sumando a su epopeya. Su lucha en búsqueda de justicia, primero, y de respuestas, después, desbordó a una sociedad que por fin empezaba a poner cara a los desaparecidos y rostro al sufrimiento de las familias que los buscaban sin tregua. Es muy difícil describir el dolor que padecen toda la vida las personas que pierden a sus seres queridos en una ausencia sin respuestas. La cabeza camina sola y el deseo natural de pensar que cualquier día, en cualquier momento, tu hija aparecerá por la puerta, aunque sabes perfectamente que eso es imposible, les impide descansar. Sabes que si en 26 años no lo ha hecho, no lo hará. Pero es que en todos estos años, tampoco nadie te ha podido demostrar que está muerta.
Han contado tantas veces lo que ocurrió aquel domingo en el que vieron por última vez a su hija que podría parecer que recitan la escena de memoria. Al contrario. Luisa es incapaz de no emocionarse cuando recuerda que la dejó sentada en la cama de su her- mano Germán trasteando con la guitarra que la niña quería aprender a tocar. “¿No sales?”, le preguntó la madre. “Sí, estoy esperando a que os vayáis para arreglarme”, les respondió. Los padres salieron a dar un paseo y no pasaron ni cinco minutos de las diez de la noche que se empezaron a preocupar. Telefonearon a las amigas y así descubrieron que Cristina se estaba viendo con Javier Román, un chi- co mayor que su hija, con el que había quedado para terminar con la relación.
El joven reconoció que aquella tarde había estado con Cristina, pero que la acompañó prácticamente hasta la puerta de su casa porque cenaba con sus tíos. Fue imposible avanzar más. La Policía Nacional llenó las paredes del piso del joven de micrófonos. Los Mossos d’Esquadra asumieron la investigación años después y revisaron de nuevo el caso, una y otra vez, llegando siempre al mismo punto que señalaba al mismo sospechoso del que nunca se encontraron pruebas directas ni indicios suficientes. Años después, aquel joven aceptó mantener una entrevista con el sargento que llevaba el caso. Respondió a todas las preguntas con la misma frialdad que en su día mantuvo con la Policía Nacional. Ni parpadeaba. Era como si no tuviera ni pulso.
Juan Bergua y el padre de Llum Valls, una adolescente catalana desaparecida que apareció muerta poco después, crearon en 1998 la primera asociación de desaparecidos que hubo en España, Inter-SOS. Una auténtica mosca cojonera que sacó los colores a unas administraciones públicas incapaces de atender si quiera el desamparo que padecían las familias. El trabajo que realizaron tiene un valor que a día de hoy nadie discute. Con los años, otros familiares tomaron el testigo de la lucha y la reivindicación. Juan y Luisa acabaron agotados y el nacimiento de sus dos nietos les proporcionó una pequeña tregua que aprovecharon para aferrarse a su manera a la vida. Hubo un tiempo que el matrimonio cargaba con su dolor y aún tenían fuerzas para soportar el de los familiares de otros ausentes que se sentían desamparados e incomprendidos. Ellos hacían lo que no era capaz de hacer la administración. Les orientaban, les atendían, les indicaban lo que tenían que hacer, y les advertían que la tristeza se tatúa en el alma para siempre. Ya lo advirtió el periodista Paco Lobatón titulando así su último libro, ‘Te buscaré mientras viva’. Nunca dejan de buscar.
Hace seis años, los padres de Cristina Bergua solicitaron que se declarara oficialmente el fallecimiento de su hija. Era un trámite burocrático al que se resistían, pero inevitable para asegurar que el modesto patrimonio familiar pasaría sin problemas burocráticos al otro hijo. Lo podían haber hecho años atrás. Pero no estaban preparados psicológica ni emocionalmente. Ni antes, ni en el momento en que firmaron la petición. Juan se desmayó aquella mañana en los juzgados. Perdió el conocimiento al leer la palabra fallecida junto al nombre de su niña Cristina. Y aún hoy, pese al tiempo transcurrido, se rebela el hombre ante un trámite burocrático doloroso por el que, encima, el Estado sanciona a los familiares con casi 500 euros que deben abonar para que se oficialice el fallecimiento. No hace mucho, el padre se tatuó en la muñeca derecha un 9M. No lo necesitaba para recordar. Cada 9 de marzo desde hace unos cuantos años, el matrimonio Bergua Vera, como siempre de la mano, encabezan el acto en el Senado que organiza la Fundación QSD Global creada por Paco Lobatón y que ha sabido asumir la hoja de ruta de las reivindicaciones de los familiares. Juan y Luisa están voluntariamente en un segundo plano, pero sin abandonar un solo día la lucha por saber qué pasó.
Contribuyeron en su día en la creación de los grupos especializados de los policías para la búsqueda de desaparecidos, en la unificación de las bases de datos y ahora se felicitan de que “por fin” un Gobierno dote con presupuesto al Centro Nacional de Desaparecidos para agilizar las pruebas de ADN que deben de cotejar los cientos de restos cadavéricos que hay en España con los restos genéticos de las personas ausentes. El año pasado, muy cerca de su casa en Cornellà, donde hace unos años el Ayuntamiento de su ciudad que les mima con cariño levantó un monolito en recuerdo de su hija, bautizaron la plaza con el nombre de Cristina Bergua. Hay tres árboles frondosos y una enredadera que en primavera cubre de verde una pared. Los padres pasan a diario y se sientan a la sombra a soñar. Fantasean con la vida que hubiera tenido su niña. Pensar en Cristi- na es como respirar.
Luisa y Juan solo tienen palabras de agradecimiento para todos los que en todo este tiempo les han escuchado, llamado, consolado, ayudado y especialmente para los que nunca olvidan a su hija. En el despacho de la unidad central de homicidios de los Mossos d’Esquadra las cajas con los legajos del caso Bergua siempre están abiertas. “El caso sigue vivo”, advierte la inspectora al frente de la unidad. Siempre hay algún documento que repasar. Una gestión que mirar. Una búsqueda por realizar. Una nueva llamada a un testigo para preguntar si ha recordado algo nuevo. Hace ocho años, un anónimo aseguraba que Cristina estaba enterrada en Gavà. Se buscó sin éxito. Hace dos años, el padre alertó a los Mossos d’Esquadra de un misterioso mensaje de un hombre que aseguraba echar de menos a Cristina. Los investigadores dieron con el autor, encarcelado en Ecuador y que había vivido en Cornellà y que había coincidido con Cristina en la cuadrilla de amigos. Los policías hablaron con la hermana, entrevistaron al hombre y trabajaron hasta descartar su participación. “Su recuerdo me ha venido a la cabeza”, les dijo. El de Cristina Bergua no es un caso cerrado.